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miércoles, 23 de marzo de 2011

Lo Justo y Necesario. Parte 5. Sociedad en el caos


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Desperté de un sueño pesado, la herida en mi espalda sangraba menos, pero seguía manchando con su tinta la firma de ese crucificado, ese hombre que había hecho de su vida una cruzada, y de nosotros la morisca. Un día lo voy a traer a la fuerza, a sacarlo de su sacra fortaleza, y a clavarlo de una cruz en la fuente del "Hombre creador de Energía"...

El mareo no se hizo esperar. Ya era suficiente sangre perdida, tiempo de ir con Sergio.

Salí de mi habitación dando una corta mirada a los árboles que apuntaban hacia la muerta autopista, tomé solo el machete y caminé a la vieja enfermería. El cielo pintaba gris, pero ya casi nunca llovía.

La ciudad ya no lo era. Todo lo que la hacía urbe de medio pelo, ahora no existía. Para bien y para mal.

El silencio era tanto natural como sepulcral. Un motor podría oirse a dos o tres kilómetros, y un balazo al triple.; y tus pensamientos nunca te dejaban tranquilo. El valle se hizo una celda donde todo parecía saberse.

* * *

"De las armas no hay, en el campo, que alejarse un paso; nunca se sabe por esos caminos cuándo hará falta la lanza."

Gracias, viejo gauta.

* * *

Sergio era un hombre que compensaba con su cortísima altura el mal genio, la negatividad y el pereque de tres doctores. Sus manos eran ágiles, estables, siempre dispuestas. Justo como él no era.

"Matasanos" le decíamos, y siempre tenía algo malo que decir de lo que fuera.

" - Necesito un grupo de 7 hombres para que salgan a recolectar. La zona alta de Belén todavía está virgen, y estamos faltos de recursos de segunda línea - Decía Carlos.

- Agh, pero afuera siempre están las bestias, los calvos, los sucios... ¿Por qué hay que salir?

-Porque si no conseguimos baterías, herramientas y gasolina. Como va la cosa nos van a matar a todos.

- Ah... Cierto.... No se olviden de traerme medicinas, toallas, vacunas, complementos vitamínicos, y cositas pa' los antojos de las gestantes. Muchas ya van por puntos críticos."

Eso si. Para pedir estaba solo.


"Hola", Dijo. Pero en sus palabras oí esquirlado "¿Otra ves vos? ¿No estás harto de que te apuñalen? dejá de hacerte el héroe"... Mientras mi subconsciente me sermoneaba con su voz, él sacó sus líquidos favoritos, sus mejores agujas y sus guantes de latex, y me hizo sentir lo que Martina no puede con dos horas de tatuaje.

- Viejo. ¿Qué has sabido de afuera?
- El mismo infierno. Ya toca hacer revisiones minuciosas, buscar tiendas de barrio, abrir casas, romper todo... Esta ciudad ya está consumida. Ahora los afortunados vamos a chupar.

Es que esta ciudad perdió su autosuficiencia en su afán de desarrollo, los campos, las quebradas, el río, los cerros. Todo se cubrió de ladrillo, cemento y mierda, y todas las necesidades de esta Comala, de esta olla infernal, las suplieron los pueblos tras las montañas y las Empresas públicas de Medellín.

La guerra no tardó en explotar.

Las primeras dos semanas sobrevivimos son mayores percances. La electricidad tardó tiempo en desaparecer, así que manteníamos encendidas solo las luces necesarias y las neveras de los puestos de comida para preservar los pocos alimentos. Las costumbres fueron duras de romper: Comer a deshoras lo que se antojara, bañarse a diario, ver películas y escuchar música todo el día... Mano dura fue necesaria para reprimir tantos consentidos, tantos acomodados... Pero nadie podía cuestionar la necesidad de represión.

Pronto la necesidad de comida y recursos conformó el eje de nuestra chueca sociedad. El pillaje. La primera opción fue la plaza minorista. Estaba cerca, pero había que ver qué habían dejado los muertos.

La primera salida a la minorista fué un éxito. Los muertos se habían vuelto lentos y sosos como en las películas, y fue tan simple pasarlos a machete que volvimos con siete carros llenos de comida. La dicha fue tal que hasta una fiesta hubo, y no tardamos en tomar confianza y comenzar un plan de saqueos.

Lo primero fueron los mercados. Comida, implementos de aseo personal. Luego fueron las herramientas, las armas y la ropa. Por último estaba todo lo demás que pudiera necesitarse.

Pero no estábamos solos.

El viaje en cuestión se hizo en tres carros. Éramos diecisiete, recuerdo que en ese viaje estuvimos Rino, Mala, Carlos, Steff, Helder, Hati y yo. ¿Por qué? Simple. Habían armas de por medio.

De Hati contaré luego como llegó a nosotros. Pero te digo que es un hombre enigmático, callado y que nunca parece triste. Nunca llevaba armadura, solo andaba con una vieja chaqueta militar, un poncho osucrecido por la tierra y los años, y un palo que le llegaba al pecho. El hombre sabía moverse como si nada pudiera tocarlo.

Por protección contra las bestias, varios íbamos con el uniforme del ESMAD encima. Los escudos hacían mucho bulto, pero las corazas parecieron buena idea en su momento.

Lo primero fue entrar a la 4° Brigada. Pero no había una sola bala que sacar... Encontramos explosivos, uniformes, equipos, morrales... pero ni un fusil, ni una pistola; y menos una bala.

Confundidos, enviamos de vuelta los carros cargados con todo, y los catorce restantes encaminamos a las tiendas militares del área. No nos íbamos a ir con las manos vacías.



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Entramos a la primera, a dos cuadras del Estadio subiendo por Colombia. Eran tres pisos de cuchillos, manoplas, cuerda, uniformes en insignias. Todos parecíamos niños pequeños en una ducería, y cargados hasta los dientes en acero, fuimos saliendo con todo lo que podíamos cargar.

Segunda tienda, Saqueada. Tercera tienda. Saqueada.

Pero al entrar a la cuarta, una desagradable sorpresa reventó el globito de niño que llevábamos todos.

Nuestra algarabía era tal que no escuchamos la de los calvos dentro de la tienda.... Ahí estaban. Al menos treinta Skinheads probándose manoplas, cuchillos y macanas... Nuestras miradas se cruzaron, y el silencio se apoderó. Todos estábamos congelados, atentos, asustados...

Uno de ellos se adelantó hacia nosotros, era de estatra media y llevaba un buso cuello de tortuga verde con cierre, jeans entubados de bota corta, y botascafes de charol. Su cabeza relucía como una hoja de acero. Carlos lo frenteó a medio camino.

- ¿Quienes son ustedes?
- Gente... -Dijo Carlos con sorna - Gente...
- Ah, pero vos traes TU gente a MI territorio. ¿No ves que todo esto es nuestro?
-Pues yo no veo nombres en los muros... ni en los hierros - Los dos se examinaron de arriba a abajo - ¿Como te llamas?
- Nano... Y somos de la Skin Medellin... Ahora soltate mis latas o te las voy a quitar de las manos muertas...
- ¿De las qué? - Preguntó Carlos sabiendo bien como reaccionaría.

"Nano" Dió un paso hacia él, clavándole el dedo en el pecho mientras le escupía en la cara "de tus putas ma..."

Carlos se le adelantó. Antes de que acabara ya tenía un taser en el cuello. Un corrientazo y el Skin yacía en el suelo soltando babaza por la boca.

En un segundo todo fué un campo de batalla. Los machetes se desenfundaron, las navajas se abrieron, "Click", los tambos se extendieron y los gritos ahogaron el aire.

Los calvos cargaron, eran fuertes como toros, pero las armaduras del ESMAD hacían maravillas. Con el segundo golpe que habrían necesitado para incapacitarnos, ya recibían el golpe en la sien, la rula en el cuello o la lata en el vientre.

Mi hoja encontró una mano que volaba hacia mi amenazando con un cuchillo de cacería, para luego partirlo de la clavícula hacia adentro. Inmediatamente después, el impacto de una navaja que no pasaba la espalda de la armadura me hizo girar como un rayo. La larga hoja se alojó en la cara, y el hombre cayó desplomado como ropa al suelo. Mi corazón latía a mil, sintiendo como si la herida me la hubiera llevado yo...

Pero la suerte no nos acompañó a todos, y por falta de armaduras, uno recibió de frente, espasmódico, una mariposa que bailaba entre manos mientras la mole lo levantaba del piso. No logró sacársela al cadaver a tiempo, y Hati le partió la nuca de un golpe con su bastón sin siquiera una mueca de disgusto.
El segundo, estrellado contra un muro, recibió tres golpes en el cráneo antes de esquivarle un machetazo a Mala. La escena se repitió con inverosimilitud en mi cabeza al ver la velocidad a la que se movía. Con brutal precisión, el calvo de orejas amplias y ojos perezosos esquivó un tajo de ricardo, y le descargó su puño tras el pómulo izquierdo. El CRACK del hueso quebrándose bajo la manopla hizo que todos voltearan por un segundo. No se le hubiera clavado el machete a Clara en la pared y el pobre estaría regando el piso de rojo.

Viéndose en desventaja, dos mastodontes nos barrieron al mejor estilo rugby mientras tres se llevaban cargado a su lider. El resto diguió ejemplo y corrió como almas que lleva el diablo. No había pasado un minuto, y ya teníamos siete muertos en el local. Dos nuestros, cinco de ellos.

El pobre beta... Daniel se llamaba... y sangraba por el cráneo como un grifo abierto. Steffan corrió a ayudarlo, pero Carlos lo detuvo sin un ápice de remordimiento.

- De esta no se recupera - Y sin pensarlo le dió una descarga en el pecho para "dormirlo". Luego sacó su cuchillo nuevo, abrió la cajita, la hizo a un lado, undió el botón que propulsó la hoja afuera y se lo clavó en la carótida. Un chorro rojo le bañó el pecho.

- Fue un buen guerrero. Fue un legionario. Ricardito también lo fue - Dijo señalando la mariposa clavada entre las costillas - pero no hay nada qué hacer por ellos. Esta tierra ya no es santa. Aquí nadie descansa... Sepultados en los buches de esas bestias.

Nadie dijo nada... Steffan no podía creer lo que veía. La ira lo consumía...

No tardamos en correr a terminar de saquear el área, todo se fué con nosotros, los autos iban repletos, Aprovechamos bien tres asientos vacíos. Dos muertos y Hati, que dijo que no nos preocupáramos. Que si había llegado solo la primera vez, lo haría de nuevo.

Corrimos a casa con el corazón en la tráquea... Cuanta sangre... Y tan poco remordimiento por nuestros muertos.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Lo Justo y Necesario. Parte 4 2/2. Tomado por la fuerza













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Carlos ordenó la formación a gritos, una primera línea de escudos con dos armados de fusil en el tercer puesto por cada lado, y dos con lanza gases detrás. Las botas golpearon el asfalto con fuerza marcando el paso del "escuadrón", y a la primera orden, los gases volaron hacia la plazoleta.

Las bestias se disiparon asustadas, los lacrimógenos las hacían mugir y correr en círculos, arañándose la cara y revolcándose con las manos como quien se quita hormiga del cuerpo.

Los cañones de 556 se alzaron, pero Carlos ordenó que bajaran y golpeó fuerte con su machete el borde del escudo. Todos imitamos su acto, entendiendo pronto la violenta euforia que sumía al ESMAD.

Eran tantos frente a nosotros... Tantos y tan sucios, desordenados, simiescos... Eran tanto un espejo, tanto un negativo fotográfico...
Sus cabezas se tornaron contra nosotros, las granadas de gas volaban cada vez con más puntería hacia las multitudes mientras sobrepasábamos el umbral del techo encolumnado y pisábamos Plaza Barrientos en una marcha orquestada.
Los cuerpos se levantaban, asomaban de las ventanas, los pasillos, las viejas tiendas, las jardineras... Los primeros corrieron de frente hacia la línea...
Quince metros antes Carlos ordenó fuego.
Los cocteles Molotov, encendidos, elevaron muros de fuego frente a nosotros. Ellos cruzaban entre alaridos, quemándose, revolcándose, pero sin perder su hambre y su determinación de llegar a nosotros. El fuego pronto los redujo, y sus cadáveres ennegrecidos fueron decayendo con las llamas de la gasolina
Las balas traspasaban los torsos semi desnudos abriéndolos en gemidos y gritos. Los cuerpos caían pero no había tiempo para rematar. Las miras cambiaban de blancos, los dedos tras los gatillos median las balas, y los machetes golpeaban y golpeaban.

El ruido los llamaba, los despertaba de su sopor, los avivaba en su hambre paleolítica, las granadas de lacrimógeno disipaban los tumultos, y las balas trataban de eliminar muñeco por tiro. Los machetes todavía sonreían con los dientes limpios.

Las bestias embestían con todo, resistiendo balazos, gritando entre tambaleos, y los primeros cuerpos colisionaron contra los escudos como olas contra las rocas. Las babas empaparon los escudos mordidos, las manos trataron de pasar el muro invisible, y las hojas cayeron inmisericordes.

¡PLAF! Empujaba el escudo desequilibrando el engendro.

¡SPLAT! Cercenaba el machete, cuarteaba las costillas, abría el cuello, rasgaba el vientre, y la sangre espesa regaba los uniformes y los duros escudos que perdían su transparencia. A través de ellos, el mundo se veía en una visión de Marte, de Ares, de Roma.

El rojo sangre de la capa espartana, el fuerte color de la cimera de Suetonio dirigiendo a sus legionarios contra las bárbaras hordas de Bóudica.

Los fusiles traqueteaban, pasando a automático, y barrían con partes de la formación mientras los escudos se cerraban apenas delante de ellos deteniendo la hambrienta masa.

Los machetes subían, los escudos empujaban. Los machetes silbaban, la sangre salpicaba.


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Los cadáveres ya se hacían de plataforma para salto de otras bestias, los cuerpos caían fuerte sobre los escudos obligándonos a lanzarlos a un lado y abrir la formación. Como podíamos, los pasábamos por machete antes de que tocaran el suelo, pero el impacto era fuerte, y la línea comenzaba a perderse.
Carlos ordenó avanzar. Las botas pisaban los cadáveres, las hojas remataban lo que aún se movía, la máquina procesaba la carne, abría los cuerpos, cerraba sus ciclos.

Pronto, se escuchó detrás la queja.

- Casi no quedan lacrimógenos... ¿Qué serán estas latas que dicen Ce Ele?

- ¡PEDAZO! ¡Eso es cloro! ¡Tirales el PUTO CLORO!

Las pipetas silbaron de nuevo, y los tumultos se desarmaban en bramidos y gritos desgarrados, revolcándose en el suelo como si se quemaran vivos.

Los fusiles tuvieron un descanso, los machetes trabajaban segando la joven cosecha paisa que se echó a perder.

Los rostros desfigurados colisionaban contra los escudos, las caras levemente conocidas se perdían en la expresión terrorífica, cadavérica, mítica de ojos abiertos, desorbitados, cabello enmarañado, boca sonriente y lengua extendida.


Era el ataque de Medusa, del Oni, del Troll, era el mito hecho carne. La muerte buscando muerte.

Las bestias eran demasiadas, cargaban con fuerza o caìan sobre nosotros. Las balas escaseaban y su peso era muy grande para un solo brazo y un escudo. Ojo de buey cayó, una mole, juro que era el entrenador del Multi, lo tomó por la pierna, lo arrastró unos metros atrás y la multitud le cayó encima. Carlos se lanzó encima con un fuerte grito, barriendo a escudo y machete alimañas por docena, Rodrigo lo apoyó repartiendo los últimos plomos que le quedaban en los glotones.

Debajo, Ojo estaba horrorizado, hiperventilado, tras la máscara de gas se notaba su terror. Rodrigo lo levantó tirando su fusil y lo llevó hasta uno de los carros. Sus piernas y su ingle se veían mordidas, ensangrentadas. Buey gritaba como si se estuviera muriendo. Las bestias armaron carrera de nuevo contra nosotros, peligrosamente cerca de Carlos y Rodrigo.

Con un grito la línea se armó de nuevo, ahora sin apoyo de gas ni balas. Los lanza lacrimógenos corrieron por escudos y machetes para reintegrarse al grupo mientras la formación se hacía un círculo rodeado de animales rabiosos que chocaban sin descanso contra las placas enrojecidas.

Al menos los 300 eran 300... Al menos Suetonio los hizo relevarse cada 45 minutos...

Tras casi media hora de inmisericorde violencia, los números por fin mermaban. Las bestias eran más en el suelo hecho una ciénaga roja que los que corrian por la plaza

El Rino comenzó a levantar con el escudo a cuanto bicho le corría, cayendo tras el con un estruendo. Steffan se alineó detrás abriéndoles la cabeza.

Ya más separados, los animales trataban de derribar en pares o tríos a alguno del grupo, pero las armaduras proporcionaban suficiente tiempo para que otro los eliminara de un tajo y librara el espacio para el caído

Carlos soltó el escudo, y a machete limpio pasó por montones a los simios que cargaban contra él sin un mañana en la frente. Su mano los agarraba del cuello, el machete les cortaba el vientre. El puño se estampaba en la cara y la hija cortaba por la columna. La sangre le saltaba a la visera, y él se limpiaba con un harapo del último caído.

Y Helder, apenas me percataba, cubierto hasta las narices de armadura, tomando fotos a diestra y siniestra, siniestro y siniestros.

Carne para el matadero. Todos


* * *




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Pronto los números se hicieron insignificantes. La labor se hizo más de limpieza consciensuda, divididos de a tres fuimos pasando Facultad por facultad, pasillo por pasillo, salón por salón, muerto por muerto.

Al final del día el atardecer pintaba sus visos sobre el coliseo aledaño a la cancha de futbol, el grupo había perdido dos hombres, y Sergio se encargó de curar a Ojo de Buey con quien sabe qué que encontró en la tanqueta. Carlos ordenó que lo mantuvieran en cuarentena, las películas tenían que tener algo de razón.

Cuatro horas y punta después la universidad era nuestra. Levantamos de nuevo la reja, sostenida contra una de las tanquetas, y tras traer a la gente del parqueadero a Ciudad Universitaria y reunirnos todos en la cancha, la paz fue bien común.

Este era ahora nuestro espacio, purgado con la sangre de nuestros héroes, limpiado con el sudor de nuestras frentes, abierto con el esfuerzo de nuestros brazos.

No pude evitar recordar nuestro himno.

"El hacha que mis mayores me dejaron por herencia, la quiero porque a sus golpes libres acentos resunenan".

Libres, supervivientes, prisioneros en una ciudad que ya era todo menos hogar.

martes, 24 de agosto de 2010

Lo Justo y Necesario. Parte 4 1/2. Tomado por la fuerza



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En contra de todo instinto de supervivencia, detuve el andar del auto a pocas cuadras del punto de encuentro y volteé. Ella parecía clavarse los dedos en las piernas de la fuerza con la que se las agarraba, inclinada contra una puerta, sollozando descontroladamente.

- ... - ¿Y como mierdas comenzaba la frase? ¿Como le preguntaba lo que fuera? Las cosas estaban tan jodidas que eso de los protocolos se me hacía ajeno.

- ¿Hola?...


Ella no respondía. Apretada como estaba contra la puerta de la camioneta, buscando desesperada el frío de las partes metálicas, suplicando que le arrancaran esa temperatura pegajosa, ese agarre tibio y palpitante, ese fuego carnívoro, carnal, corpóreo... Con los ojos desorbitados, llorosos, disolviéndole la pestañina y la sombra con la sangre en una cascada patética bajo cada ojo, con las manos temblorosas buscando cubrirse los dedos con la piel de sus brazos, de su vientre...

Queriendo no ser... No respirar... No sentir.
Yo adelanté mi mano hacia ella con miedo, no sabía si era seguro.
Ella se hizo más un ovillo al recibir mis dedos en su hombro y se contorsionó tratando de sacudirse la sensación de "hombre" de su piel.
- ¿M-mu-m-mujer? ¿Estás bien? Ella asintió frenética, mirándonos tras sus rodillas. Steffan entonces entró en la conversación. - Niña... ¿Qué pasaba ahí dentro? Tardó para responder.

-... Intenté... Salir... Esconderme ahí - Masculló jadeante - y todos estaban desorientados, parados por ahí, topeteándose entre ellos... En el piso, las paredes, las sillas, los mostradores... Y de un momento a otro me miraron... ¡ME MIRARON!
Steffan y yo guardamos silencio. Sus ojos parecían dibujar con terror la descripción, sus manos, rehuir a lo que veía. - Estaban pálidos... pálidos como muertos. Y-y-y-y... Y se les inyectaban sus rostros con sangre hasta que los ojos, los o-ojos, parecía que fueran a reventarles... Sus venas... tan visibles... El mapa de venas y los latidos del corazón tan fuertes que los escuchaba como el traqueteo de una ametralladora... Y como vomitaban... Vomitaban en todas partes... sobre todo... sobre- Retomó el aire- mi... Yo corrí a esconderme en -en un baño, Los sollozos se hicieron fuertes de nuevo, sus ojos anunciaban un recuerdo doloroso - pero ahí estaban unas enfermeras vomitando todo el piso... Y me miraron igual... Y se me lanzaron... se movían contra mi presionándome en la esquina del baño... Yo me les logré zafar y salí corriendo... y llegué a la sala de espera... la sala. Ay. La sala...

-Y con eso rompió a llorar desconsolada.


- Habían unos veinte... y-me-mee-me rodearon... todos con la ropa desgarrada. Niños, hombres, mujeres, ancianos... Y se pusieron violentos.
Me golpeaban, saltaban sobre mi, pateaban, mordían y arañaban... yo logré sacar una navaja de mi bolsillo y... ¡DIOS! Los apuñalé tanto, y gruñían, gritaban, pero me seguían golpeando... algunos se frotaban fuerte contra mi, bufando, mugiendo... La última vez que la vi estaba clavada en el ojo de un tipo... que con sonrisa torcida me rompía la ropa y me abría las piernas. Esa... ese... esa cosa... eso me violó... todos me violaron... No cesaban.
El silencio invadió el auto... ninguno pudo expresar cosa alguna. Yo simplemente abrí mi maleta, le ofrecí algo de ropa, y esperamos pacientemente a que se la pusiera. - ¿Y como te llamás? - M-Martina. Y no dijo más.
* * *
Cerca del auto, el hospital, la muchachita que lloriqueaba y los confundidos supervivientes, cerca del "Mierdero" dejado por los dos, del trauma que ahora se gestaba en la mente que reconectaba neuronas, hilaba recuerdos, masificaba hechos y los comprimía, tratando de fundirlos, quemarlos, abandonarlos a un olvido que no existe porque la mente no tiene si no entradas. Cerca de tanto caos y tantas tripas... Más caos. Más Tripas... Simplemente más.

En medio de una manzana de casas encaramadas, construcciones apretadas entre si como cigarrillos en una cajetilla, como inmigrantes en un camión nocturno, una casa se apagaba como cerillo viejo, soltando una columna de humo que ascendía, llevándose unas pocas almas al cielo.

En el horizonte podían verse muchas otras encendidas, algunas, incendios aislados, otros ya consumidos; y unos pocos ardiendo como hogueras bien alimentadas, quemando todo a su paso.


De entre la ceniza y los escombros asomó un cuerpo grisáceo, sacudiéndose el polvo y las astillas de la ropa ya indistinguible. Un fuerte dolor de cabeza lo agobiaba, y los recuerdos brillaban por su ausencia. ¿Quien era?
Desequilibrado, tropezaba con los muebles, las vigas caídas y los escombros mientras buscaba un lugar para sentarse. Una silla con el espaldar a medio quemar y una mesa de noche que todavía conservaba sus retratos sin daños, lo único que parecía mantenerse en pié.

El joven se sentó revolviéndose el pelo ensortijado, limpiándose la cara y los ojos como pudo. Su nariz sangraba... justo lo que faltaba. Descansó por un segundo su nuca en el espaldar para detener la hemorragia, sintiendo la sangre espesa y ferrosa rodarle por la garganta, empapándole la lengua. El sangrado no tardó en parar.

Caminó un poco entre vigas caídas, polvo y brasas, en una esquina, unos retratos se mantenían como altar.
Con cuidado tomó los retratos, limpiando los vidrios, sintiendo como cada rostro activaba un poco el vacío, el recuerdo hacía chispa, pero no encendía la llama. Una caricia a la cabeza le reveló un fuerte golpe en ella. una costra medio húmeda y un espacio de cuero cabelludo sin pelo... La razón de amnesia.
En los retratos estaba él, se reconoció porque de lejos los vidrios reflejaban su rostro sucio, un hombre grande con chaqueta verde, de buen físico y pelo muy corto, con brazos fuertes, lo abrazaba a él y a una niña más pequeña. Un grito agudo le cruzó la espina, una viga cayendo, un lloriqueo infantil, un salto y un espacio negro.
En otro, una mujer que le inspiraba cariño y respeto, de pelo castaño, enrulado como el suyo, sonriendo en un campo abierto sin muchas preocupaciones... No lograba recordar nada, visualizar nada, solo la viga cayendo, la sangre y los gritos en las calles, los saqueos, cerrar las puertas, armarse bien y temer día y noche. No eran pandillas ni ladrones, no eran narcos, paramilitares, guerrilleros; ni el mismo ejército.

Con esfuerzo recuperó el aliento, ya con el corazón más calmado y mejor equilibrio, y revisó lo que quedaba en pié de la casa.
Vasos regados, pedazos de techo y muro, un televisor roto y un equipo de sonido partido por una viga. Ropa maltrecha, cajones bloqueados por el peso de los escombros, platos, mesas con vidrios partidos, ventanas rotas, lámparas deshechas... y un escaparate cerrado.

Lo abrió lentamente, con inconsciente reverencia, como si fuera mandatorio.
El escaparate parecía una puerta al campo... por ese fuerte olor a leña y pasto, a guayabas maduras, leche recién ordeñada, tierra y viento.
Adentro, un poncho viejo que con el tiempo de gris se hizo negro, un machete con funda "
de'hartos ramales", uno sombrero aguadeño bien cuidado, botas pantaneras y un cinturón fuerte, como para pantalones de verdad. Pero más adentro, algo le avivó el recuerdo. Un olor cálido, de fuerte respeto y admiración, de comodidad... la chaqueta de la foto, colgada detrás del poncho.
Era claramente una chaqueta militar, pero donde antes debió haber estado el nombre oficial del hombre de la foto, ahora estaba bordado "Hati". La prenda fue a dar cómodamente a sus hombros, y de un bolsillo cayeron un par de guantes de cuero, con el mismo nombre bordado en la muñeca del izquierdo.

Contra la esquina, un bastón largo de guayabo, labrado a punta de cepillo, de buena densidad pero liviano. Un metro veinte de largo, una pulgada de ancho, y tierra marcada en una punta.
Se hizo de un morral que encontró bajo una cama, un plato, vaso y cubiertos de metal, cuchillos de cocina, cuerda, algunas herramientas, un cuaderno y las fotos de los retratos bien cuidadas dentro de él. y sin más, salió.

No sabía bien qué lo movía, ni como, pero no parecía tener problemas en sortear los obstáculos en su camino. No tardó mucho para llegar a la calle. Se movía como un fantasma, como se mueve un gato que se le escapa al perro de su barrio, que se le escapa a su amo, a si mismo. Seguro, tranquilo, con la respiación bajita, los pies ágiles, y deslizándose pegadito a los muros.

Y los vio. Trogloditas, caníbales de cliché, eso parecían. Hombres que ya no eran si no bestias, acurrucados, temblando en el sopor, resguardados del sol, comiendo carne regada por el suelo y lamiendo la sangre que manchaba el asfalto. Los vio bien, los detalló, los contó, midió, estimó y memorizó; pero ellos ni lo notaron. Hati pasó por la ciudad como Pedro por su casa.
* * *
Steffan y yo llegamos al punto de encuentro, llevando a Martina casi de la mano. Bajamos de la camioneta, ya dentro del parqueadero, y Maria Clara me recibió con un abrazo que me levantó del suelo. "Mala" era una mujer fuerte, rolliza, ni alta ni baja, de pelo negro con mechones verdes y azules, y el físico era el que bien le dejó jugar Rugby por años. Cosa rara... hasta en estos tiempos tenía puesta una camiseta del Che. Devuelto el abrazo, me hizo pasar.

Adentro, unas veinte personas agolpadas en una sala discutían alrededor de lo que parecía un plano dibujado con tiza y con representaciones hechas con borradores, adornos y cubiertos. Los hombres se levantaron de inmediato, y Mala nos los fue presentando.

Carlos, un hombre alto, de complexión fuerte, calvo y de voz grave. Parecía un luchador de UFC. Rino, bajo, pelo largo enmarañado, prominente nariz, mirada burlona pero desconfiada, Sergio, corto de estatura, parecía que no se afeitaba en una semana, y el pelo de típico bohemio cervecero y fumador de pielroja. "¡Buenas!". Helder, moreno, pelo corto, pasamontañas tapándole las orejas y cámara fotográfica terciada, poca condición física y un aire viciado en sus ojos de párpados caídos. El pato, Rodrigo, Dobles, Ricardo, Andrés y Ojo de buey... Mucha gente.

- La vuelta es simple - Dijo mala - esos perros son como zombies de las películas, y ya hemos visto que se tragan lo que se encuentran, yo digo que caigamos al ESMAD, miremos como nos robamos una tanqueta y los uniformes de Robocop, luego entramos a la U a la fuerza, sacamos a esos pirobos a machete, la cerramos, y vivimos ahí. En la U tenemos de todo pa' vivir por años.

Carlos se levantó, tomó del piso un hacha de incendios y nos miró a todos a los ojos. Martina le quitó la mirada.

- Esto es de vida o muerte, este es el momento decisivo, esta es la única oportunidad que tenemos. Si caemos en la U, mañana vamos a estar chupando la sangre de las alcantarillas. El que no se sienta con cojones para pasar a machete a esas cosas, quédese y cuide.

El pato, Martina y Sergio se quedaron, el resto fue tomando o que pudo, lo que traía, y montados hasta en los techos en tres carros salimos hacia el ESMAD. Suerte la nuestra que estuviera a dos minutos de la U.

La resistencia fue mínima, de uniforme negro y gorra estaban muchos, pero comiendo carne podrida. ¿Quien de nosotros iba a pensar que no vivían con la armadura puesta? Así los veíamos siempre.

Machetazo va, machetazo viene, éramos muchos para tan poca resistencia. Y en media hora estábamos todos full armadura, escudos transparentes y machete. Rock & Roll Bitches!

Tomamos dos tanquetas llenitas de gasolina, unos arietes para puertas, lanza lacrimógenos, escudos, cascos, máscaras de gas y armaduras extra, cortafríos de tamaños bíblicos, unas cuantas armas de fuego y muchísimos garrotes. Por último, un intercomunicador para cada uno, y donde llevaban las granadas lacrimógenas, molotovs.

Hicimos chirriar las llantas de los paquidermos y arremetimos contra la U.

Llegamos por Barranquilla, comenzando a entender como se sentía el ESMAD en esos monstruos... era el poder, la espera. Dentro de la tanqueta el aire parecía inyectar violencia, frenesí, y la visión de todos uniformados creaba una imagen mental de que todos éramos uno solo. Dos se hicieron de lanza lacrimógenos, Rodrigo y Ojo de Buey tomaron de a fusil, se les notaba el servicio militar. El resto nos armamos de machete y escudo.

La primera tanqueta aceleró rauda, arremetiendo contra la reja de Barranquilla con un grito de emoción de todos y abriéndola de un golpe. Los remaches volaron, y la bestia frenó frente a las columnas que abren Plaza Barrientos. La segnda tanqueta frenó al lado.

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Pero los vehículos sería inútiles, todos los bichos estaban tras las columnas de la plaza.

- Bueno - Dijo sonriendo el Rino - ¡A tirar infantería araganes!

Entre risotadas bajamos y nos formamos frente a las tanquetas.

Ya sé como se sintieron Leonidas y sus 300.

martes, 2 de marzo de 2010

Lo Justo y Necesario. Parte 3. Ella.



A fuerza de hombro abrimos el garaje, cada uno con "fierro" en mano, el dedo temblando sobre el gatillo; perfectamente concientes de que en esta no teníamos memory card, cheat codes, municiones ilimitadas o vidas extra.

Encendimos el carro tan discretamente como pudimos, y arrancamos lomas abajo por envigado, esquivando vehículos y cadáveres a donde fuéramos. La ciudad no parecía responder a lo que ninguna película me había enseñado.

El silencio era inhumano. Lo digo porque podía escuchar a los pájaros, y de cuadra en cuadra, un perro se saciaba sin cargo de conciencia con algún cuerpo ya frío; pero nada "humano" llenaba el fondo. Ni el crujir del asfalto o el motor de otros carros, nada de vendedores de aguacates o insultos en la calle. Todo se veía tan grande, tan lejano, que me fué imposible no sentirme minúsculo y desprotegido. No quise preguntarle a Steff como se sentía.

Paramos en el mercado cercano al parque de Envigado, nuestras provisiones no eran exactamente copiosas, y suponíamos que el grupo demandaría más que buena voluntad a quienes quisieran unirse.

Un ruido húmedo y roñoso llegó a nosotros cuando apagamos el motor y bajamos del auto, algo que provenía de una carnicería que daba a la calle. Era dificil saber si los regueros pútridos y las manchas en las paredes eran de los productos que se vendían o de los vendedores, pero algo tras el mostrador hacía unos ruiditos intermitentes bastante perturbadores.
Nos quedamos paralizados... era simplemente grotesco. Una mujer de pelo enmarañado, más parecido a una esponjilla de brillar, agachada en el suelo, apoyada en cuatro, atragantándose con pedazos y pedazos de carne. Con sus manos de batracio tomaba la carne y se la metía a la boca, pero no pasaba, y se le caía de entre los dientes haciendo un ruido de reguero seco al chocar contra la valdosa blanca medio manchada.

No se cuanto le tomó percatarse de nuestra presencia, pero sus ojos se enzañaron en nosotros con una mueca desagradable que no sabría discriminar entre hambre, lujuria o ira. De inmediato movió su cuerpo hacia nosotros, pero no hacía más que rodar, tratando de apoyarse bien en algo para levantarse. Los dos abrimos fuego contra ella, descargándole por lo menos once tiros. El vientre pareció liberar presión al recibir los disparos, porque chorros de aguasangre y un olor desagradable le salieron de inmediato de la panza deshecha... A poco y pierdo mi comida.

Después de los disparos corrimos hacia adentro, asustados, confundidos, tomando la comida que pudimos encontrar. Solo habían cosas empacadas, enlatadas, o protegidas por algo artificial. Ni frutas, carne, vegetales, pan o granos descubiertos habían sobrevivido, y de cuando en cuando, un cadaver obeso con los labios o el vientre desgarrado y rodeado de comida masticada terminaba el cuadro. Algo hacía que esos animales no pararan de comer.

Agradecidos por el transfondo campesino de los paisas, encontramos machetes y cuchillos largos en todas partes, de esos con los que apenas hace cuatro días le mostraban a las señoras que la yuca si estaba buena, y con los que separaban con maestría los gajos de plátanos para venderlos "menudiaos". Tomamos los que pudimos, un afilador y un zurriago de guayabo bien pulido, y volvimos al auto para continuar hacia la Universidad.

El camino iba igual de tranquilo, tomando la canalización hacia la regional, la regional hacia la Universi... Dando media vuelta, media área metropolitana había tomado el mismo camino, y parecía que todos estaban muertos. Tomando calles alternas y abriéndonos paso entre los autos tirados a diestra y siniestra; pero ya sin cuidado de no pisar cadáveres, seguimos nuestro camino por la laberíntica ciudad. Ya pasábamos a una cuadra del hospital.

Pero a la vuelta de una esquina, algo apareció en la mitad de la calle, volándo metros hacia adelante por el impacto del parachoques. Un cuerpo delgado golpeó como bola de bolos a una docena de pinos humanos, y dos segundos después nos encontramos atrincherados en la camioneta disparando como un par de Marines... Justo como me había enseñado mi papá, en el tríangulo que forma la cabeza con el pecho, o entre la nariz y la frente, uno por uno iban cayendo mientras corrían en desbandada hacia nosotros... 12, 20, 35... No se de donde mierdas salían, pero caían como si matáramos bichos en el juego de turno. La mala noticia era que las municiones escaseaban y ellos no parecían verse amedrentados por el poder de fuego...

Por fin paecieron ir menguando, justo cuando me quedaba medio proveedor del Galil, y a Stef solo dos balas de la 9mm... el revolver seguía intacto.

Los cadáveres se revolcaban de cuando en cuando en el piso, pero algo sonaba al fondo, un coro de gruñidos, aullidos, gemidos... una desagradable canción marcada al ritmo de algo que parecían palmadas a todo lo que una mano podía dar.

- ¿Qué mierdas es eso? - Pregunté asustado
- Parce... No se... ¿Otros de esos hijos de puta? Vámonos ¡YA! ¿O queres que nos m...

Un grito de dolor sonó al fondo, un grito jadeado, cansado, pero profundamente doloroso. Steffan abrió la puerta de un golpe, arrebatándome el fusil, y corrió hacia el hospital sin darme oportunidad a pensar. Yo salí más con duda que con valor en el pecho (Y por puro miedo de quedarme solo), con el revolver en la mano y rezando porque no tuviera que dar más de seis tiros; y los dos pasamos al tiempo por la puerta cubriendo cada uno un lado de la entrada de Urgencias.

Los gritos se habían ahogado, pero el golpeteo y los gorgeos se escuchaban más al fondo en el pasillo. Un amasijo incomprensible de carne se movía frenéticamente contra si mismo a la mitad del estrecho corredor de hospital, gruñendo, gimiendo... Parecía algo engorrosamente sexual, lascivo, primitivo, vomitivo.

Steff abrió fuego en una ráfaga de cuatro tiros, y los animales se espavilaron contorsionándose contra las paredes y el piso por el dolor. Gruñían como bestias, como perros rabiosos alejándose de su centro. Debajo de ellos había una mujercita, pequeña, con el pelo corto teñido de rojo, completamente desnuda y con sangre fresca y seca cuarteándole la piel. Ella solo respiraba agitada, agarrándose las piernas y haciéndose un obillo, no gruñía, no bufaba, y menos se nos lanzó encima a la carrera, resbalándose con la sangre en el piso.

Disparamos de nuevo, pero al momento Steffan tuvo que dar media vuelta y contener a otro grupito de animales acercándose por donde entramos. Estábamos rodeados, y no sabía si habría una salida hacia donde ella estaba... pero...


Yo no pensé como superviviente y corrí hacia ella con el revolver en mano, dando de a tiro a los pseudohombres y mujeres que, heridos, comenzaban a golpearla sin piedad.

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro. Cuatro tiros, cuatro cabezas, y levantarla de un tirón para echármela en el hombro.

"Pistola" dije, y Steffan sin pensarlo me la lanzó rodando por el suelo mientras abaleaba a los que se encontraba al frente. Atiné a dar los dos tiros que me quedaban, el segundo en una pierna, así que el poco camino que quedaba, debí abrírmelo con machete, delante de Steffan, cercenando lo que las balas no habían matado de un tiro.

No se ni como carajos llegamos al carro, pero luego de haberla puesto con celeridad en el asiento trasero, subimos a la camioneta y arrancamos a todo lo que el motor daba. Creo que arranqué en segunda por el chirrido que el motor dió. No pudieron alcanzarnos.

Y ella... Ella sollozaba incontrolablemente en el asiento trasero como si respirara lágrimas.

jueves, 11 de febrero de 2010

Lo Justo y Necesario. Parte 2. Peregrinacion, palabra bonita para "Desplazados".



(Algo de música para ambientar, querido lector)




Mi padre fué militar, para mi fortuna, así que lo primero que hice que hacerme del Galil 556 que guardaba en su closet, además de sacar un revolver calibre 38, una confiable 9 mm, y cargarme de municiones hasta donde pude. No sabía que ocurría, pero no permitiría que me tomara por sorpresa.

Steff y yo nos convertimos de inmediato en un excelente equipo, ocupándonos de las prioridades de inmediato, aún sin saber qué ocurría.

Tomar todos los recipientes con los que contábamos y llenarlos con agua, organizar la comida por su condición de perecedera, empacar un morral cada uno con lo más importante, bloquear puertas y ventanas, organizar una ruta de escape; y por último, encender la televisión para "Informarnos" un poco mejor.

La prensa se encontraba en el paraiso: Caos, muertos, hospitales atiborrados, la fuerza pública volcada a las calles, y por alguna razón, una creciente ola de hombres sin razon sembrando el miedo en las calles.

No sabría definir si fue informativo o asqueroso ver como los camarógrafos y las presentadoras filmaban desde pisos altos como hombres y mujeres, ya muchos cubiertos de heridas, con la ropa desgarrada y expresiones ambiguas, asolaban restaurantes, se atiborraban de comida hasta que sus vientres reventaban, golpeaban al desdichado que tuvieran en su camino o violaban indistintamente todo lo que se moviera y gritara.

Tiros por doquier, civiles y uniformados armados disparando a los trogloditas, quienes recibían los tiros con horrendos gritos... Todavía no se definir si eran de dolor o de ira, pero acto seguido cargaban como bestias, y mataban a golpes a quien pudieran si antes no los destruían a balazos.

Las líneas estaban complpetamente congestionadas, el internet a duras penas funcionaba... al menos fue así hasta unos dos días después , cuando, por fin, mi messenger inició sesión y pude acceder a mi correo electrónico, un rato después pude llamar sin problemas.

¿La causa? supongo que la cantidad de muertos tuvo algo que ver.

Llamamos a cuantos amigos y conocidos teníamos, pero más de la mitad no respondían, solo unos pocos aparecían conectados en messenger, y sus mensajes claramente expresaban lo crítico de la situación. Así que pensé que mi mejor opción sería alguien que todavía conservara su nombre, y por ende, su calma.

---------------------------



SmartMouth says:
Mujer...
• Mala Clara • says:
dónde estás?
SmartMouth says:
En mi casa, con Steffan
vos?
• Mala Clara • says:
Cómo conseguiste la conexión?
SmartMouth says:
No se parce, lo dejé intentando reconectarse desde hace dos días, hace cinco minutos entró
Has visto lo que está pasando?
• Mala Clara • says:
yo estoy en la casa de alguien, aún me faltan unas conexiones, si se cae, esperame, ke estaré terminando de conectar los cables
SmartMouth says:
Parce... hay una gente loquísima
violando, matando, comiéndose lo que se encuentran
• Mala Clara • says:
ya lo vi todo.... Todo pana.
Escuchame. hay un grupo de gente
te acordás del parkeadero al frente de la Universidad?
SmartMouth says:
claro
• Mala Clara • says:
alguien ke conozco consiguió conexión desde allá
dice ke está con más personas
armando una trinchera
• Mala Clara • says:
La idea es ke sea una fortaleza
mientras se toman la U
SmartMouth says:
Tomarse la U=
?
Como tomarse la U?
Para qué?
• Mala Clara • says:
Tomarsela... como una revolución...
tenemos ke buscar refugio seguro... no keda mucho tiempo
antes ke lleguen a nosotros.
..
SmartMouth says:
parce... yo tengo una camioneta, un fusil, una pistola y un revolver
son de confiar?
• Mala Clara • says:
en estos tiempo, todo lo ke no esté herido es de confiar,.....
SmartMouth says:
...
ok
• Mala Clara • says:
Tenés ke llegar a la tienda ke se encuentra al lado del parkeadero
abrís la segunda puerta a la derecha
allá estarán todos, tenemos ke planear la toma
SmartMouth says:
Ok
Yo llego
Y parce... Que alegría que estés bien
• Mala Clara • says:
Eso espero!
Tratá de mantenerte con vida
SmartMouth says:
me conoces
• Mala Clara • says:
no sé...
SmartMouth says:
nos vemos pronto, o nunca
• Mala Clara • says:
Hazlo!
voy a buscar algo de comer
nos vemos en el parkeadero!
SmartMouth says:
Bien, suerte.
• Mala Clara • says:
vivos!


---------------



- ¡Pelao! - Grité a Steffan, que supuse que estaba vigilando el televisor en ese momento, no le tomó mucho para aparecerse.
- Encontré sobrevivientes, te acordás de Maria Clara?
- Si... esa mujer no me da buena espina, da la impresión de ser muy ruda
- ¿Y de qué nos va a servir una florecita virgen ahora?

Hizo silencio, con la mirada buscaba algo en qué apoyarse, algún argumento. Él bien sabía lo radical del obrar de Maria, mientras él era más precavido. Se limitó a escuchar mientras buscaba un buen contraargumento.

- Bueno, la nena me dijo que están armando un grupo para tomarse la U y volverla refugio, y la verdad me parece la mejor opción - Hice una pausa, esperando a qué dijera algo, pero lo interrumpí antes de que abriera la boca. - Si, parce, yo se que es arriesgado, y que esa mujer siempre te ha parecido... ¿Primitiva? (Rió recordando un viejo chiste). Pero las cosas no parecen apuntar a una mejoría, se nos van a acabar las proviciones... Y... No es por ofender, pero no quiero pasar el resto de mi vida con otro tipo; así seas vos.

No tomó más de cinco minutos para que subiéramos todo a la camioneta de mi papá, nos preparáramos mentalmente y partiéramos. Dejando atrás solamente el computador prendido con la sesión iniciada en messenger, con el automensaje - Huímos hacia la Universidad de Antioquia, Si necesita refugio, venga con nosotros agitando una prenda blanca --



* * *



Al otro lado de la ciudad, un hombre fumaba un cigarrillo apostado en su balcón, en el séptimo piso de un pequeño edificio residencial, el humo salía a bocanadas por entre sus labios, se abría en canales por su prominente nariz, y se elevaba más arriba de su cabeza.

Tambien resguardado en su pequeño apartamento, dandole las últimas aspiradas a su rubio, tuvo de nuevo la misma conversación que había tenido consigo mismo cada que encendía uno y pensaba, fué lo mismo desde que se asomó al oir los gritos y vió a su madre caer presa.

" Todos a quienes amaba están perdidos, y si han sobrevivido, eventualmente los volveré a ver…así que no hay por qué preocuparse si hay tanto de que ocuparse ahora.

Primero, lo primero: apertrecharme y atrincherarme... Momento, eso ya está hecho, y no parece ir a ninguna parte, no tengo vehículo, ni provisiones... el EXITO está cerca, pero debe estar plagado de esos bichos.

Ahora bien, si se supone que sobreviva…¡Duh! Claro que voy a sobrevivir: soy un puto genio y no puedo morirme tan güevonamente! El caso es que necesito aprender muchísimas cosas si voy a vivir solo o con un montón de brutos, no quieran los dioses, teniendo que hacerme cargo de ellos: ya tengo la excusa para tratar de aprender todo lo que se sabe en el mundo.

Mejor me levanto de una vez, no sea que alguien tome primero lo que es mío por derecho, de algo ha de servir haber pateado tanto trasero todo este tiempo ¿Eh?."

Ni una lágrima para los muertos

Pasó por su cuarto, tomando el morral estilo militar que tenía ya empacado desde el primer momento en que entendió que el Ragnarök había llegado, vistió un jean cómodo, sus botas platineras que no le cubrían los tobillos (para conservar la flexibilidad), su camiseta favorita que decía “You can’t have manslaughter without laughter” y su chaqueta de cuero.

Apoyado contra la pared, un tubo de acero inoxidable con el que antes practicaba movimientos de lanza, y que ahora tenía las dos puntas afiladas. Lo agarró luego de tomar los puñales decorativos que tenía en el cuarto y acomodarlos en un cinturón, guardarse unos cuantos explosivos de su manufactura en su chaqueta de cuero; y finalmente poniendo en el frente de su cinto la 9mm que su papá consiguió de manera no muy legal.

Sin más ni más se despidió de su fiel Laptop después de hacer el último intento para enviar unos correos, retiró la barricada que guardaba la puerta de su casa y salió a la calle. Si la muerte iba a encontrarlo, que lo encontrara armado y listo.

"-Necesito encontrar gente y refugio. Por lo tanto, necesito tener con qué negociar. Y lo más importante, ¡NECESITO CIGARRILLOS!"

Su unidad residencial se encontraba desierta, todos los autos en el parqueadero estaban cerrados, así que forzó el tanque de un par, se confeccionó un par de Molotovs usando la ropa de un occiso cercano, y salió. No se molestó en revisar al celador, no pagaban suficiente de administración ni para que cargara un pinche revolver.

Unas pocas cuadras después, como caída del cielo, encontró tirada en medio de la calle una Blazer de puertas abiertas. Vaya suerte, las llaves puestecitas en el arranque, y un farandulerito ensangrentado a medio morir en el asiento trasero.

Era una carga, él no era médico, y a decir verdad le importaba un bodrio lo que le pasara a cualquier otro. Desapego total, sabía que debía importarle poco o nada quien fuera si quería seguir vivo. Así que suavemente lo empujó con el pié y lo dejó caer sobre el asfalto. ¿Tiro de gracia? Las balas son un bien MUY inelástico en estos tiempos.

Se abrió paso hasta el EXITO de Laureles sin muchos incidentes. Retiró las llaves y entró al almacén, barra en mano, preparado para tomar su pistola, pero no se oía ruido alguno. Así que tranquilamente se pasó por las comidas enlatadas, tomando las pocas que quedaban en los estantes y regadas por el suelo, y echándolas en un carrito en el que había acomodado su lanza, pasó luego por una dotación descomunal de cigarrillos; y luego, agua y unas dos o tres cosillas que le serían útiles. Tomó unas cuantas ollas, las herramientas que no había encontrado en su casa, granos, alimentos instantáneos, baterias de todo tipo, condones como para rellenar una piñata, medicamentos, artículos de aseo, y por último se detuvo en el estante que el saqueo pareció haber olvidado. Bendita fuera Antioquia por la panela, porque si levantaba campesinos a las cuatro de la mañana en el monte, levantaría supervivientes en estos tiempos. Aunque, a decir verdad, habían más proviciones de las que esperaba encontrar, lo que dejaba dos opciones

O muchos, como él, se habían escondido los primeros días, o la masacre había sido tan violenta que pocos lograron llegar a tomar proviciones. Y dada la cantidad de muertos en las calles, abogaba por la segunda.

Súbitamente, de entre un montón de cajas apiladas salió corriendo una joven despavorida, soltando un gritito entrecortado cada tres pasos que daba con torpeza, él la miró con una mueca burlona al creer que era de él que huía, pero pronto vió a una prominente bola de manteca ensangrentada y medio desnuda persiguiéndola a todo lo que daban sus regordetas piernas. Sin pensarlo arrojó su lanza, y el gordo fue a dar contra una pared, clavado a ella.

Desenfundar puñal, clavarlo fuerte en el cuello sobre la tráquea, limpiar la sangre... limpiar, limpiar... - ¡Mierda! ¡Este gordo si que sangra! - Dejó salir inconcientemente esquivando un chorro de sangre. tomó el delantal de otro de los caídos y limpió bien su hoja antes de guardarla, para luego encontrarse, a metros, con unos ojitos cafes que brillaban sonriéndole.


"Carajo... Me volví un héroe"


Tenía el maquillaje corrido de tanto llorar, los mechones de pelo teñido de rubio le caían sobre la cara, y su ropa descubierta, minúscula, en vez de excitarlo le generaba algo de repulsión. Pero por otra parte, de algo podría servir, al fin y al cabo no sabía si había otra mujer en el resto del mundo.

Así que con una seña simple le indicó que lo siguiera, desencajó el tubo del obeso cadaver, montó sus provisiones al auto, recogió un escopeta que le encontró en las manos a un celador y un cinturón que tenía unos pocos cartuchos, y le indicó que se sentara en el asiento del copiloto. No había cerrado la puerta cuando le dijo escuetamente: - Mientras no me estorbés, podés seguirme..si te ganás un palazo o un pepazo es culpa tuya.

Ella calló largamente antes de decirle lo que le pareció que sería importante.

- Hay gente yendo hacia la Universidad de Antioquia, quieren tomarla como refugio, yo iba para ayá.

"No se diga más", Pensó, dió un cuarto de vuelta y arrancó hacia la universidad, siguiendo sus indicaciones.

-Ojalá la biblioteca esté intacta...- Murmuró él.

viernes, 5 de febrero de 2010

Lo Justo y Necesario. Parte 1. Prudencia


(¡ADVERTENCIA! Querido lector, Esta historia será cruel, descorazonada, pervertida, posiblemente carente de toda moral. Absténgase de leerla si considera que ir en contra del buen actuar del hombre es incorrecto)



(Para hacerle un poco de ambiente a su lectura)

El zumbido de la máquina llenaba sus oídos, amortiguado en la carne que recibía su marca, se iba llevando en cada pinchazo un poco de sus recuerdos... Tal vez si no tuviera tantos fantasmas, tantos demonios que expugnarse, no resistiría tantas horas recostado en aquella cama.

- Gracias, Martina... Ya me hacía falta otra marca.

En su antebrazo se tejía ahora un fiero dragón vikingo, una bestia retorcida que se anudaba en si misma incontables veces, mordiendo al final un segmento de su serpentino cuerpo.

-Siempre un gusto... Y anda a que te cierren esas heridas, que me vas a manchar el piso, y vos sabes lo duro que es limpiar esto aquí.

Las botas de combate chocaron contra la baldosa blanca que no se había cambiado desde la época en que el museo de la Universidad de Antioquia recibía a diario hordas de colegiales que sacaban de sus cabales a los guías estudiantiles, embarrando más el blanco con ese rojo espeso, coagulado, muerto.

- Que lo limpie una de las hermanitas de la caridad que te conseguí, que para algo deberían servir más que para divertirte cuando tenés insomnio.

Dejando huellas de sangre tras él, salió por la puerta metálica que reemplazó las de vidrio después de aquella vez en que los Skin pasaron un ariete por las rejas y casi se toman la Ciudad universitaria. La fuente estaba apagada, y Plaza Barrientos ya no era ese bullicioso espacio con olor a tinto, gases lacrimógenos y sudor de estudiante que va tarde a clase. El pasto asomaba por entre las grietas del cemento ennegrecido, todavía manchado por viejos conflictos, y el viento ya no jugueteaba alegre con las hojas de los árboles cercanos a la portería de Barranquilla, cuyas raices ya habían roto sus barreras y ahora quebraban el piso y se hundían en la tierra.

Ya iban alrededor de ocho meses desde que el primer herido fue llevado a un hospital por una violenta fiebre, y no hubo mejor lugar para el contagio que los hospitales. Llenos de personas que no podían valerse por si mismas, doctores viejos y enfermeras regordetas. Pronto los muros blancos se fueron manchando, y sus puertas liberaron, por cientos, a esas bestias sin razonamiento.

Caminó hacia el bloque 25, antiguamente facultad de música, donde ahora un aula le servía como habitación. Pasada la llave de su puerta, entró de nuevo a su santuario. Las cabezas en los muros le sonrieron de nuevo, puso su machete en su percha y su tahalí sobre su silla, y se echó en su cama... Sentía que toda esta utopía había perdido sentido.


* * *




No habían pasado ni seis horas desde que los muertos ya eran cosa visible, caminando por las calles y atacando todo lo que se moviera, y el caos ya había llevado a las personas al saqueo y el vandalismo. La ciudad se encontraba sumida en la pelea abierta más sangrienta que había visto nunca, y todo quien tenía un arma de fuego abaleaba a quien se le posara en frente con tal de obtener una lata más de comida, un vehículo o un mejor lugar para refugiarse.

Solo tres días habían sido suficientes para que casi todas las armas de fuego se quedaran sin municiones, y que tantos como pudieran abandonaran la ciudad. Los pocos que se quedaron aprovechaban, como podían, los pocos medios de comunicación que quedaban. Las compañías celulares y el internet cayeron tras una semana y unos pocos días desde el primer muerto.



Hordas de cadáveres vagaban por todas partes, y pronto las personas vieron la necesidad de asociarse en pequeñas comunidades para garantizar su supervivencia.

Yo tuve suerte de estar perdiendo el tiempo como idiota frente a una pantalla... Aunque tenía varios trabajos para el viernes, a solo dos días de distancia, asesinar Nazis por decenas se me hizo más interesante, en especial considerando el gran equipo que Steffan, mi vecino, y yo hacíamos.

No fue si no hasta que mi madre me llamó aterrada que la realidad se me vino encima. Yo no sabía lo que ocurría, me era simplemente imposible entenderlo. Pero de inmediato comprendí que algo grande, desastroso, estaba ocurriendo.

¿Escapar? Ese concepto comenzaba a perder validez en mi cabeza. Sí, me encontraba en mi casa con el amigo en quien más confiaba, pero al precio de oir como mis padres luchaban por escapar de su oficina para llegar a nosotros... Esa fue la primera decisión dificil que tomé... No ir a buscarlos.

¿Escapar? No... Meramente sobrevivir...

Ante lo desconocido, prudencia.

Mi banda Sonora


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