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lunes, 5 de octubre de 2009
Testimonio bajo juramento
Juro *zarpa sobre madera* que todo lo que digo es la verdad, solo mi verdad, y nada más que esta verdad.
Soy inocente, lo juro. ¡Lo Juro! La situación fue orquestada, no fue menos qué la obra de su macabra cabecita.
¿Que para qué querría ella morir en mis brazos? ¿Qué voy yo a saber? Si en Harlem los pandilleros afroamericanos se suicidan haciendo que la policía les dispare, los católicos se martirizan con la promesa de un cielo, o se quema vivo un monje budista en Vietnam, durante su meditación, como protesta, y aparece en la carátula de un CD de Rage Aganist the Machine. ¿Entiende usted sus razones? A medias las entenderá, porque si las comprendiera estaría bañándose en gasolina, insultando al guardia de la corte, y rezando.
Ella sabía lo que hacía... al salir de su casa justo el día que el ciervo enfermó y no pudo asistir al trabajo, el día qué el agua me supo incípida, con una canasta llena de pasteles, rollos de canela, bayas y crema.... con ese olor a carne húmeda... Tan despreocupadada.
Llevaba las piernas al viento bajo la falda y el delantal de cuadros, y el viento le guiñó el ojo, cómplice, para traerme su olor.
Brincaba de aquí para allá, cantando, llamándome, seleccionando las flores más hermosas, ponéndoselas en el pelo, acariciándolas con las mejillas, engalanando su aroma, perfumando su perfume, elaborando su fragancia de primavera... de pasto recién cortado y flores silvestres, de azucar en polvo y fresas con crema, del sol de suaves dedos, que tuesta la piel de las mejillas como el horno de piedra y leña acaramela el tope de las tartas... su olor de carne blanca y y sonrisas, de pan recién horneado, de menta y canela.
Ella sabía bien qué camino tomar, qué canciones entonar, qué vientos conjurar...
Ella sabía que estaba enamorado de la luna... ¡ELLA LO SABÍA! Y sentía celos, celos infantiles, desesperados y sin fondo... sin fondo de contexto. Ella lo sabía cuando expuso su blanca piel, en pleno día, y sus pecas, como chispas de chocolate... ella sabía qué, como Romeo olvidó a Rosalina en el baile de los Capuleto, así olvidaría yo a la luna viéndola caer en nubes de flores... ella daba vueltas y me retorcía la razón... ella cantaba y me porcionaba el buen juicio, separaba su cohesión... le quitaba la conciencia... alejaba el bien del mal, y me dejaba en la duda, como ante el pecado original. Como ante el pecado sin conocer el pecado... Sin conocer nada.
¿Que si la devoré? Oh, como lo hice...
Lo hice justo como ella me mandaba hacerlo, como sus ojos brillantes, grandes, húmedos, me rogaban que lo hiciera.
Como el sol, evaporé las nieves de sus valles, de sus montes, de su luna... como la primavera hace fluir los ríos, como la calidez benevolente de la vida... así fluyó ella, sobre su capita roja.... roja... así fluyó.
Como diría Neruda...
Hice con ella lo que la primavera hace con los cerezos.
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