viernes, 27 de enero de 2012

Marioneta. Parte 11. Ensueño



Los pasos se escuchaban chocando contra el cemento de la entrada del sanatorio, el ruido de puertas tiradas abajo y gritos indistintos arruinaba el trance en el que el shock la había inducido.

Las hachas penetraron la puerta, rompieron el vidrio y abrieron las betas de madera hasta que hubo espacio para que los hombres se abrieran paso y sacaran a la psiquiatra de entre las llamas.
Parecía muerta. simplemente muerta.


* * *

La fachada de castillo de la academia Winston-Hill asomó de nuevo esa mañana de entre la bruma, desgarrándola, mientras Harleen bajaba del auto de su conductor designado por la compañía farmacéutica con apenas la motivación suficiente para poner un pié frente al otro.

Caminó por la entrada y el patio frontal, ignorando el ajetreo, las pelotas que volaban de un lado a otro, los brillosos aparejos con los que las niñatas ganaban envidia y los ojos del profesorado que juzgaban cada acto.

Mientras, Harl solo deseaba que el día acabara sin tener que verlo. Su rostro, su mirada inquietante, sus ademanes justos, precisos... Su histrionismo y sus bonitas sonrisas hacia ella. ¿Podía ser más obvio?

Harleen caminó calladita a la fachada trasera del gimnasio. No tardó mucho para que él apareciera... sus pasos parecían flotar, avanzando hacia ella en cámara lenta, sonriendo como si la vida fuera la sensación después de un orgasmo.

Nada fue dicho. Se besaron, se entrelazaron, se abrazaron con fuerza. Las palabras fluían en un idioma ajeno a los lenguajes y nativo de las lenguas.

Pero cuando fue tiempo de hablar, la prefecta apareció y espetó sin anestesia.

- ¡Harleen Quinzel! ¿Qué hace aquí? Con quien habla?


Caída libre.... No había nadie ahí con ella. Sus besos los daba al aire, sus caricias las recibía el muro. Antes de Mr J, para Harley los besos eran como el café. Sabían mejor los que preparaba en su cabeza.

La prefecta se puso furibunda por algo que debió asustarla, los estudiantes se volvieron un fastidio cuando nunca debieron enterarse; sus padres hicieron escándalo cuando debieron hablarlo con ella como la niña que era.

Y Harleen entendió que todo el mundo tenía que guardarse cosas, pero ella tenía que encerrarse entera y hacerse un disfraz con papel blanco de presentación de hoja de vida, letra cursiva y perfume caro.

Adiós pequeña. No me odies por querer que no me odien.


* * *

- Se lo digo... No sé como escapó... Yo estaba tomando una siesta en la tina cuando vi algo moverse por un segundo... lo siguiente que recuerdo es tratar de salir y quemarme la mano con el picaporte...

El reporte indicaba que la doctora Quinzel había sufrido intoxicación por dióxido de carbono gracias al fuego en un espacio cerrado, tenía una leve contusión y una quemadura en la mano.

El payaso no aparecía por ningún lado, Su celda no estaba forzada, no había video alguno en la sala de seguridad; y ningún guardia había visto a un preso con camisa de fuerza cruzar la puerta que estaba limpiamente abierta y con la llave en el candado.

Una patrulla de policía llevó a Harleen a su residencia, dos agentes registraron la vivienda por seguridad, y la dejaron sentada en su cama.

- Este es mi número - Dijo uno de los agentes. Apenas notaba que su piel era oscura y era tan alto que apenas podía caminar por la casa sin quebrar las bombillas. - El comisionado insiste en que mantengamos vigilancia las 24 horas. EN la mañana se reportarán los oficiales que harán la primera guardia diurna. No dude en llamarnos si algo ocurre.

- Y... -Musitó dulce y queda - ¿Si quiero que me traigan a mi pastelito?

- No hay problema, señora Quinzel. Podemos traerle pastelitos si teme salir.

Y efectivamente, le trajeron pastelitos al otro día... Pero no de los que sacaban sonrisas.



Harleen cayó en un típico cuadro depresivo. Solo pedía comida preparada. Su paladar le exigía variar cada noche, pero al acabar la receta era la misma. Dulces por montones, una película clásica violenta o de terror, y un pote de helado personal.

Esa noche la elección era Romper Stomper. Era delicioso ver a un atarbán tan sexy como Russell Crowe reduciendo a batazos a negros y asiáticos mientras se devoraba un potecito de Häagen Dazs de chocolate con algo rico... El sueño la alcanzó cerca del final de la película, pero la crueldad continuó dentro de su cabecita.


Sus manos nuevamente se pasearon por su cuerpo, Su voz subterránea y siseante se derramó haciéndole cosquillas en las orejas, y cada una de sus acciones le hizo estremecerse, curvar su espalda y morderse los labios. El sudor se agolpó bajo el camisón de satén negro con encajes rosa, y en el instante en el que la consciencia le sugirió que podía no estar soñando sus caricias, se levantó de golpe tratando de tomar su carita alargada entre sus manos y mirarlo con sus ojos tristes.

Pero nadie estaba ahí.

Desconsolada, tomó su pote de helado para encontrarlo vacío... Y con una marca de labial rojo en el borde por el que se había sorbido el helado derretido.

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