sábado, 9 de abril de 2011

Lo justo y Necesario. Parte 6. Salomé/Antropofagia


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Los motores rugieron y corrimos como locos, el fantasma de las puñaladas y los golpes nos escudriñaba la conciencia sin piedad alguna, y la simple sensación de no estar ni solos ni seguros se compartía en un silencio incómodo que se rompió cuando Steffan se percató, histérico, de que yo tenía sangre corriéndome por el hombro.

Llegamos pronto, no habia tráfico (¡JA!), y en cuanto el auto se detuvo todos en él se agolparon para sacarme y auxiliarme. Pero yo ni entendía ni sentía la herida, no la recordaba... Y ahí perdí la consciencia.



* * *

Desperté de mi sopor envuelto en sábanas ensangrentadas. Me dolía a punzadas la carne entre el cuello y el hombro, y al palparme sentí una almohadilla de gaza adherida sobre la herida que luego vería bien. Era un corte, menos de un centímetro de hondo, las suturas picaban, y desupurarla dolía como mil demonios. Irónico, cuando ni sentí la hoja morder.

Pero eso no fue lo que me sacó de mí. Más por cuidado a una herida que no conocía, me giré con suavidad para levantarme por el lado derecho, y al hacerlo una sombra de cabello negro sobre bata blanca se meneó suavemente frente a mí, de espaldas. Ella estaba sentada frente a un escritorio que daba a la pared, y sus caderas dibujaban una suaves curvas, tanto que creerías no verlas. Se daban arítmicamente, y si no fuera por un espejo de mano que levantó para mirarse en detalle, nunca habría entendido por qué.

Ella se miraba al espejo para limpiarse la sangre de la cara y relamerse los dedos.

- . . . -

Extrañado, me quedé en silencio, observándola, viendo como desaparecía mi mancha de su carita pulida y sus dedos delgados como lápices. El metal brillaba sobre su labio inferior. Al final volteó tan rápido que por poco no cerré los ojos y me hice el dormido a tiempo. Simplemente se levantó y se fué, dejando en el aire un perfume a hierro, cítrico y flores, cortando el silencio con el sonido de sus botas dando "clap, clap" al pulido piso de la enfermería.



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Salomé Salinas nació en una bonita familia, su papá era dueño de una gran empresa de útiles escolares, y su mamá era la comunicadora de SOFASA. El dinero nunca le faltó, pero definitivamente la sobra del verde no la hizo llenar el medio corazón que ya tenía negro de envidia.

Los animales eran su pasión, algo que primero fue alimentado por su mamá, teniendo gatitos de pequeña, y enseñándole a conducir un caballo con la fiereza de una amazona. Su infancia la convirtió en una mimada que tuvo que dejar de serlo a medio camino porque apareció una hermanita que le robó todo lo que creyó suyo.

A los 9 años, Salomé tenía un caballo propio en su finca, un mayordomo que lo cuidaba hasta el último detalle que mandara, un salón de clases que la envidiaba, clases extracurriculares de francés, teatro y kumon, una hermanita de 5 años y 2/3 de papá junto entre sus dos padres.

A los 14 tenía tres caballos, dos perros, el último Mac, un año de adelanto en el colegio, un viaje a europa, una hermanita de 9 en la mejor expresión de la 'edad del moco', una excesiva necesidad de atención alimentada por la preadolescencia y una cuenta en Bancolombia a la que mensualmente le entraban $700.000 que ella gastaba como le diera la gana. Sus papás ya ni iban a verla ganar torneo tras torneo de equitación.

A los 19, su mamá odiaba los animales, incluído su propio gato, su hermanita se probaba el closet entero de Salomé mientras mami le tomaba fotos que ella subía a su FB (con más carne que tela, aunque sus 14 años no temrinaban de afirmarla, pero que servía bien para calentar prepúberes precoces como ella), un papá muerto por alto colesterol, un padrastro tan cariñoso como podía serlo un abogado, La mejor cámara de fotografía, la ropa más hecha a la medida de cuanto diseñador goth le atraía, cursaba dos carreras universitarias brillantes en notas y mediocres en prospecto de felicidad, un inmenso cuarto aparte de la casa que parecía intencionalmente separado de los pasillos que llevaban a las otras habitaciones, un millón mensual como pago por el cariño ausente, su propia Mitsubishi Nativa y la finca a su completa disposición como paraíso para descansar de su mundo.

Entonces qué evitó que tomara su monstruosa 4x4 y se largara a su finca? Camila, sus 14 años, su falta de tolerancia al campo más que al resto de lugares que no fueran Mc Donnald's, una discoteca para menores, un mall o su casa; y un lazo de sangre. No se hubiera convertido mami en otro monstruo, y Cami seguiría en su casa imaginando que afuera todo seguía igual.


* * *

Salí de la enfermería, cosa que se volvería costumbre para mí, pero Salomé ya no estaba a la vista. El "Clap" de sus botas ya no se oía, y había perdido el rastro de su aroma.

Durante esos días todavía vivíamos enclaustrados en la biblioteca, amontonando los sofás y durmiendo en grupo con guardias consantes que miraban a través de los ventanales. Pero nadie afuera sabía que había gente en la U, y las rejas parecían detener bien a los zombies que aparecían esporádicamente a golpetearse confundidos contra la maya. Supusimos que no la veían, así como las moscas no ven el vidrio.

Entré a la biblioteca apenas comenzando a sentir la tensión de la carne que quería volver a abrirse, subí por las escaleras al segundo piso sin digitar ninguna cédula ni poner mi TIP en el lector, y encontré a todo el mundo sentado regodeándose del combate de hace unas horas, reseñando sus armas, sus golpes y sus habilidades. En cuanto me vió, Rino levantó la voz.

- !Hey! ¿Que casi te hacen una traqueotomía? - JAJAJAJAJA, rieron a coro. Yo todavía no los conocía bien a todos, pero la simple cercanía durante la batalla, y el saber que ellos me cuidaban la espalda, era suficiente para reírme de vuelta.

Los números parecía haber crecido en cuestión de unos cuantos. En especial mujeres. Ellas iban llegando cada vez en más número, viendo un poco más calmado todo afuera, y muchas de ellas avisadas por compañeros o conocidos suyos de que la U era un lugar seguro. Su presencia seriamente levantaba la moral de la recua así como los hacía más competitivos. Hacia animales íbamos igual antes de que todo se fuera a la mierda, así que no había mucha diferencia.

Rino molestaba de a pocos mientras echaba indirectas a una rubia muy linda, Steffan platicaba con otra con desesperado interés, Helder se sentaba en un borde de un sofá a mirar sus negativos horrendos, y Carlos miraba con calma a todos y a ninguno. Cada vez con más control sobre las cosas.


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Hati llegó de la nada, andando en silencio con su bastón en la mano, cubierto con el poncho, y con la media sonrisa de calma que siempre llevaba. Nunca entendíamos como lo hacía, pero podía pasar por la ciudad a pié sin tener encontrones con las bestias. Más adelante incluso llegó a meterse a la catedral y a la SkinHold.

- ¿Te viniste caminando todo esto? Cuanto te tomó?
- Unas horas - Me respondió - Me detuve a ver algo que me pareció de lo más interesante.

Lo que escuchamos esa tarde nos heló la sangre como nada lo había hecho hasta el momento. El mundo definitivamente se estaba volteando, y como privilegiados que éramos, temimos.

Hati decidió ir más hacia el sur, siguiendo el ruido de motores de los carros de los SHARP, hasta que se detuvieron en la autopista cerca al Puente de Guayaquil. Los Skinheads sacaron a un par de heridos que llevaban para tratarlos de emergencia, desgarrándose las camisetas para hacer vendajes y torniquetes, y amontonados en una rueda sobre sus heridos en medio del pánico de no querer perder un amigo, no los vieron llegar.

Eran sucios, silenciosos, rápidos, y se comportaban como si la calle fuera su propiedad.

De entre la chaqueta raída, acomodado en el pantalón amarrado con cabuya y la camiseta varias tallas más ancha, un indigente sacó una navaja y la clavó en uno de los calvos, el grito de dolor alertó a los otros, que en vano desenfundaron lo que tenían, pero parecían pelear con el aire.

Tres mandaron golpes y puñaladas contra el gamín, sin tocarlo, mientras el recién herido se recostaba contra el sedan blanco manchando la pintura con su sangre. Pero en cuestión de nada el solitario mendigo estaba respaldado por otra decena que salieron de la nada, armados con tubos, palos, piedras y cuchillos; junto con otros 15 que bajaron de los edificios opuestos al río y de los callejones de la zona industrial y que hicieron retroceder a los Skins hacia sus vehículos de nuevo.

Cuatro indigentes se abalanzaron blandiendo puñal hacia los heridos, amenazando a los sanos, y de un movimiento agarraron sus pies y comenzaron a arrastrarlos hacia el río. Con fiereza, uno de los mastodontes trató de recuperarlos y derribar a los ladrones a manotazos, pero una piedra le dió con singular precisión en la frente, y un indigente corrió hacia él con una varilla afilada. Apenas tuvo tiempo de plantarle una patada en el pecho para alejarlo y subirse al carro. Los neumaticos chirriaron dejando marcas en el asfalto, y los calvos se perdieron por la autopista hacia el sur dejando atrás los insultos y los gritos de victoria desafinados y metálicos.

Los gamines, dejando de lado completamente la mendicidad, levantaron en grupo los dos cuerpos y los llevaron cargados a uno de los puentes con calle bajo ellos, donde tenían amontonadas cosas que habían ido recolectando, y tirándolos al suelo, con poca sangre y consciencia como estaban, les sostuvieron manos, piernas y cabeza, y los trataron como res en carnicería.

Amordazados como estaban, los gritos se escucharon poco. Igual no había nadie que fuera a ayudarlos en esto

Sí... Los sucios separaron su carne, comiendo cada uno un poco. Tomaron las víceras y las pusieron sobre un hueco en el pasto tapado con ramas delgadas. Más tarde ese olor atrajo un par de bestias, atrapando una en la trampa, mientras otra huía despavorida a todo lo que podía cuando cinco gamines corrieron detrás para atraparla. La desesperación o la falta de coordinación la llevaron a la canalización del Río Medellín, y rodando por las paredes cayó a las aguas putrefactas, llevándosela lejos al olvido.

Ellos simplemente volvieron, golpearon al animal hasta que lo pudieron sacar inmovil de la trampa, lo ataron a un poste, y disfrutaron de carne más fresca.

Todos quedamos helados, estáticos, boquiabiertos... Y en el sepulcral silencio entrecortado nuestra agitada respiración, vi a Salomé sonriendo con el final de la historia mientras jugueteaba con un cuchillo sobre sus dedos.

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