
Con la mayor calma, midiendo sus pasos, el hombre caminó hacia la base del gigantesco fresno.
Su mirada no se elevó a las verdes hojas que se mecían al viento, no contempló admirado al águila que desde la copa juzgaba con ambarinos ojos, tampoco reaccionó al correteo de la ardilla que trazaba su camino de la copa a las raices, y de las raices a la copa.
Su mirada no se hundió entre la tierra, no miró con vehemencia a las tres mujeres que discutían, como toda mujer, del destino, ni frunció el seño a la serpiente qué mordisqueaba, fétida, las bases del tronco.
Su mirada iba al frente, al centro de todo, al centro de si mismo. Él iba a su encuentro. Caminó, tanteando con los ojos, con los pies descalzos, la agrietada corteza del tallo, las raices que se hundían en la tierra, hasta los confines de los confines.
De entre sus ropas sacó una cuerda, una soga raída pero fuerte como su voluntad, y con la calma de quien prepara un ritual hizo el nudo ejecutor.
Ató la cuerda a la rama media, cimentada en la vida y la fortaleza de la madera. Y sin palabra alguna, con la mirada tan en paz como la vista desde el fresno, el hombre se retiró el sombrero, depositándolo sobre la tierra, pasó la blanca cuerda por su cabeza y la ajustó a su cuello de la mejor forma.
Nunca cerró los ojos... todo fue cuestión de confianza, cuando su cuerpo se balanceó y sus pies, desesperados, no encontraron un soporte, y sintió miedo, fue cuestión de confianza. Cuando su venablo se encajó entre sus costillas y la sangre tiñó la tela azul, mordiendo pofundo, abriendo al frío aire, fue cuestión de confianza. Cuando el balanceo se hizo pasivo, y su cuerpo, lánguido, se cofundía, al mecerse, con las ramas y los frutos, y se hizo consciente de su soledad, fue custión de cofianza.
Confianza... y los ojos bien abiertos. Al terror, a la muerte, a la herida y la culpa, a la soledad y al abandono, a la verdad... No cerró los ojos.
Su mirar cayó, se hundió en las profundidades, en sus abismos, en los rincones del mundo y la razón, deshojando sin prisa los secretos, liberando las voces, comprendiendo los impulsos... No se permitió parpadear.
Dicen que colgó nueve noches, mecido por el viento, dicen que su barba y sus largos cabellos parecían el viento mismo... y que su mirada estuvo firme, analítica, paciente, mesurada. Exacta. Dicen que solo un ojo estaba completo. Pero que los dos párpados estaban bien abiertos, mirando, el ojo hacia el vacío, y el otro a si mismo.
Y fué entonces cuando los estertores, suaves, como de marea, como de calma respiración; se detuvieron.
La soga liberó a su fugitivo sobre las raices del arbol, entre gritos, alaridos rítmicos y ordenados. Gritaba desde su mente. Y el tiempo lo esperó mientras, cuerpo y mente, se incorporaba.
Él no era ya el mismo.
Poseía un conocimiento, él conocimiento, la base y fuente de toda riqueza y todo poder.
La Quintaesencia de la sabiduría.
Talló con fuerza los sonidos sobre la madera, Marcó en trance las verdades y los porvenires.
Entregó de si mismo todo.
Entregó su vida, Y obtuvo algo grande como nada, como todo.
Se obtuvo a si mismo.