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miércoles, 23 de marzo de 2011

Lo Justo y Necesario. Parte 5. Sociedad en el caos


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Desperté de un sueño pesado, la herida en mi espalda sangraba menos, pero seguía manchando con su tinta la firma de ese crucificado, ese hombre que había hecho de su vida una cruzada, y de nosotros la morisca. Un día lo voy a traer a la fuerza, a sacarlo de su sacra fortaleza, y a clavarlo de una cruz en la fuente del "Hombre creador de Energía"...

El mareo no se hizo esperar. Ya era suficiente sangre perdida, tiempo de ir con Sergio.

Salí de mi habitación dando una corta mirada a los árboles que apuntaban hacia la muerta autopista, tomé solo el machete y caminé a la vieja enfermería. El cielo pintaba gris, pero ya casi nunca llovía.

La ciudad ya no lo era. Todo lo que la hacía urbe de medio pelo, ahora no existía. Para bien y para mal.

El silencio era tanto natural como sepulcral. Un motor podría oirse a dos o tres kilómetros, y un balazo al triple.; y tus pensamientos nunca te dejaban tranquilo. El valle se hizo una celda donde todo parecía saberse.

* * *

"De las armas no hay, en el campo, que alejarse un paso; nunca se sabe por esos caminos cuándo hará falta la lanza."

Gracias, viejo gauta.

* * *

Sergio era un hombre que compensaba con su cortísima altura el mal genio, la negatividad y el pereque de tres doctores. Sus manos eran ágiles, estables, siempre dispuestas. Justo como él no era.

"Matasanos" le decíamos, y siempre tenía algo malo que decir de lo que fuera.

" - Necesito un grupo de 7 hombres para que salgan a recolectar. La zona alta de Belén todavía está virgen, y estamos faltos de recursos de segunda línea - Decía Carlos.

- Agh, pero afuera siempre están las bestias, los calvos, los sucios... ¿Por qué hay que salir?

-Porque si no conseguimos baterías, herramientas y gasolina. Como va la cosa nos van a matar a todos.

- Ah... Cierto.... No se olviden de traerme medicinas, toallas, vacunas, complementos vitamínicos, y cositas pa' los antojos de las gestantes. Muchas ya van por puntos críticos."

Eso si. Para pedir estaba solo.


"Hola", Dijo. Pero en sus palabras oí esquirlado "¿Otra ves vos? ¿No estás harto de que te apuñalen? dejá de hacerte el héroe"... Mientras mi subconsciente me sermoneaba con su voz, él sacó sus líquidos favoritos, sus mejores agujas y sus guantes de latex, y me hizo sentir lo que Martina no puede con dos horas de tatuaje.

- Viejo. ¿Qué has sabido de afuera?
- El mismo infierno. Ya toca hacer revisiones minuciosas, buscar tiendas de barrio, abrir casas, romper todo... Esta ciudad ya está consumida. Ahora los afortunados vamos a chupar.

Es que esta ciudad perdió su autosuficiencia en su afán de desarrollo, los campos, las quebradas, el río, los cerros. Todo se cubrió de ladrillo, cemento y mierda, y todas las necesidades de esta Comala, de esta olla infernal, las suplieron los pueblos tras las montañas y las Empresas públicas de Medellín.

La guerra no tardó en explotar.

Las primeras dos semanas sobrevivimos son mayores percances. La electricidad tardó tiempo en desaparecer, así que manteníamos encendidas solo las luces necesarias y las neveras de los puestos de comida para preservar los pocos alimentos. Las costumbres fueron duras de romper: Comer a deshoras lo que se antojara, bañarse a diario, ver películas y escuchar música todo el día... Mano dura fue necesaria para reprimir tantos consentidos, tantos acomodados... Pero nadie podía cuestionar la necesidad de represión.

Pronto la necesidad de comida y recursos conformó el eje de nuestra chueca sociedad. El pillaje. La primera opción fue la plaza minorista. Estaba cerca, pero había que ver qué habían dejado los muertos.

La primera salida a la minorista fué un éxito. Los muertos se habían vuelto lentos y sosos como en las películas, y fue tan simple pasarlos a machete que volvimos con siete carros llenos de comida. La dicha fue tal que hasta una fiesta hubo, y no tardamos en tomar confianza y comenzar un plan de saqueos.

Lo primero fueron los mercados. Comida, implementos de aseo personal. Luego fueron las herramientas, las armas y la ropa. Por último estaba todo lo demás que pudiera necesitarse.

Pero no estábamos solos.

El viaje en cuestión se hizo en tres carros. Éramos diecisiete, recuerdo que en ese viaje estuvimos Rino, Mala, Carlos, Steff, Helder, Hati y yo. ¿Por qué? Simple. Habían armas de por medio.

De Hati contaré luego como llegó a nosotros. Pero te digo que es un hombre enigmático, callado y que nunca parece triste. Nunca llevaba armadura, solo andaba con una vieja chaqueta militar, un poncho osucrecido por la tierra y los años, y un palo que le llegaba al pecho. El hombre sabía moverse como si nada pudiera tocarlo.

Por protección contra las bestias, varios íbamos con el uniforme del ESMAD encima. Los escudos hacían mucho bulto, pero las corazas parecieron buena idea en su momento.

Lo primero fue entrar a la 4° Brigada. Pero no había una sola bala que sacar... Encontramos explosivos, uniformes, equipos, morrales... pero ni un fusil, ni una pistola; y menos una bala.

Confundidos, enviamos de vuelta los carros cargados con todo, y los catorce restantes encaminamos a las tiendas militares del área. No nos íbamos a ir con las manos vacías.



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Entramos a la primera, a dos cuadras del Estadio subiendo por Colombia. Eran tres pisos de cuchillos, manoplas, cuerda, uniformes en insignias. Todos parecíamos niños pequeños en una ducería, y cargados hasta los dientes en acero, fuimos saliendo con todo lo que podíamos cargar.

Segunda tienda, Saqueada. Tercera tienda. Saqueada.

Pero al entrar a la cuarta, una desagradable sorpresa reventó el globito de niño que llevábamos todos.

Nuestra algarabía era tal que no escuchamos la de los calvos dentro de la tienda.... Ahí estaban. Al menos treinta Skinheads probándose manoplas, cuchillos y macanas... Nuestras miradas se cruzaron, y el silencio se apoderó. Todos estábamos congelados, atentos, asustados...

Uno de ellos se adelantó hacia nosotros, era de estatra media y llevaba un buso cuello de tortuga verde con cierre, jeans entubados de bota corta, y botascafes de charol. Su cabeza relucía como una hoja de acero. Carlos lo frenteó a medio camino.

- ¿Quienes son ustedes?
- Gente... -Dijo Carlos con sorna - Gente...
- Ah, pero vos traes TU gente a MI territorio. ¿No ves que todo esto es nuestro?
-Pues yo no veo nombres en los muros... ni en los hierros - Los dos se examinaron de arriba a abajo - ¿Como te llamas?
- Nano... Y somos de la Skin Medellin... Ahora soltate mis latas o te las voy a quitar de las manos muertas...
- ¿De las qué? - Preguntó Carlos sabiendo bien como reaccionaría.

"Nano" Dió un paso hacia él, clavándole el dedo en el pecho mientras le escupía en la cara "de tus putas ma..."

Carlos se le adelantó. Antes de que acabara ya tenía un taser en el cuello. Un corrientazo y el Skin yacía en el suelo soltando babaza por la boca.

En un segundo todo fué un campo de batalla. Los machetes se desenfundaron, las navajas se abrieron, "Click", los tambos se extendieron y los gritos ahogaron el aire.

Los calvos cargaron, eran fuertes como toros, pero las armaduras del ESMAD hacían maravillas. Con el segundo golpe que habrían necesitado para incapacitarnos, ya recibían el golpe en la sien, la rula en el cuello o la lata en el vientre.

Mi hoja encontró una mano que volaba hacia mi amenazando con un cuchillo de cacería, para luego partirlo de la clavícula hacia adentro. Inmediatamente después, el impacto de una navaja que no pasaba la espalda de la armadura me hizo girar como un rayo. La larga hoja se alojó en la cara, y el hombre cayó desplomado como ropa al suelo. Mi corazón latía a mil, sintiendo como si la herida me la hubiera llevado yo...

Pero la suerte no nos acompañó a todos, y por falta de armaduras, uno recibió de frente, espasmódico, una mariposa que bailaba entre manos mientras la mole lo levantaba del piso. No logró sacársela al cadaver a tiempo, y Hati le partió la nuca de un golpe con su bastón sin siquiera una mueca de disgusto.
El segundo, estrellado contra un muro, recibió tres golpes en el cráneo antes de esquivarle un machetazo a Mala. La escena se repitió con inverosimilitud en mi cabeza al ver la velocidad a la que se movía. Con brutal precisión, el calvo de orejas amplias y ojos perezosos esquivó un tajo de ricardo, y le descargó su puño tras el pómulo izquierdo. El CRACK del hueso quebrándose bajo la manopla hizo que todos voltearan por un segundo. No se le hubiera clavado el machete a Clara en la pared y el pobre estaría regando el piso de rojo.

Viéndose en desventaja, dos mastodontes nos barrieron al mejor estilo rugby mientras tres se llevaban cargado a su lider. El resto diguió ejemplo y corrió como almas que lleva el diablo. No había pasado un minuto, y ya teníamos siete muertos en el local. Dos nuestros, cinco de ellos.

El pobre beta... Daniel se llamaba... y sangraba por el cráneo como un grifo abierto. Steffan corrió a ayudarlo, pero Carlos lo detuvo sin un ápice de remordimiento.

- De esta no se recupera - Y sin pensarlo le dió una descarga en el pecho para "dormirlo". Luego sacó su cuchillo nuevo, abrió la cajita, la hizo a un lado, undió el botón que propulsó la hoja afuera y se lo clavó en la carótida. Un chorro rojo le bañó el pecho.

- Fue un buen guerrero. Fue un legionario. Ricardito también lo fue - Dijo señalando la mariposa clavada entre las costillas - pero no hay nada qué hacer por ellos. Esta tierra ya no es santa. Aquí nadie descansa... Sepultados en los buches de esas bestias.

Nadie dijo nada... Steffan no podía creer lo que veía. La ira lo consumía...

No tardamos en correr a terminar de saquear el área, todo se fué con nosotros, los autos iban repletos, Aprovechamos bien tres asientos vacíos. Dos muertos y Hati, que dijo que no nos preocupáramos. Que si había llegado solo la primera vez, lo haría de nuevo.

Corrimos a casa con el corazón en la tráquea... Cuanta sangre... Y tan poco remordimiento por nuestros muertos.

miércoles, 25 de agosto de 2010

Lo Justo y Necesario. Parte 4 2/2. Tomado por la fuerza













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Carlos ordenó la formación a gritos, una primera línea de escudos con dos armados de fusil en el tercer puesto por cada lado, y dos con lanza gases detrás. Las botas golpearon el asfalto con fuerza marcando el paso del "escuadrón", y a la primera orden, los gases volaron hacia la plazoleta.

Las bestias se disiparon asustadas, los lacrimógenos las hacían mugir y correr en círculos, arañándose la cara y revolcándose con las manos como quien se quita hormiga del cuerpo.

Los cañones de 556 se alzaron, pero Carlos ordenó que bajaran y golpeó fuerte con su machete el borde del escudo. Todos imitamos su acto, entendiendo pronto la violenta euforia que sumía al ESMAD.

Eran tantos frente a nosotros... Tantos y tan sucios, desordenados, simiescos... Eran tanto un espejo, tanto un negativo fotográfico...
Sus cabezas se tornaron contra nosotros, las granadas de gas volaban cada vez con más puntería hacia las multitudes mientras sobrepasábamos el umbral del techo encolumnado y pisábamos Plaza Barrientos en una marcha orquestada.
Los cuerpos se levantaban, asomaban de las ventanas, los pasillos, las viejas tiendas, las jardineras... Los primeros corrieron de frente hacia la línea...
Quince metros antes Carlos ordenó fuego.
Los cocteles Molotov, encendidos, elevaron muros de fuego frente a nosotros. Ellos cruzaban entre alaridos, quemándose, revolcándose, pero sin perder su hambre y su determinación de llegar a nosotros. El fuego pronto los redujo, y sus cadáveres ennegrecidos fueron decayendo con las llamas de la gasolina
Las balas traspasaban los torsos semi desnudos abriéndolos en gemidos y gritos. Los cuerpos caían pero no había tiempo para rematar. Las miras cambiaban de blancos, los dedos tras los gatillos median las balas, y los machetes golpeaban y golpeaban.

El ruido los llamaba, los despertaba de su sopor, los avivaba en su hambre paleolítica, las granadas de lacrimógeno disipaban los tumultos, y las balas trataban de eliminar muñeco por tiro. Los machetes todavía sonreían con los dientes limpios.

Las bestias embestían con todo, resistiendo balazos, gritando entre tambaleos, y los primeros cuerpos colisionaron contra los escudos como olas contra las rocas. Las babas empaparon los escudos mordidos, las manos trataron de pasar el muro invisible, y las hojas cayeron inmisericordes.

¡PLAF! Empujaba el escudo desequilibrando el engendro.

¡SPLAT! Cercenaba el machete, cuarteaba las costillas, abría el cuello, rasgaba el vientre, y la sangre espesa regaba los uniformes y los duros escudos que perdían su transparencia. A través de ellos, el mundo se veía en una visión de Marte, de Ares, de Roma.

El rojo sangre de la capa espartana, el fuerte color de la cimera de Suetonio dirigiendo a sus legionarios contra las bárbaras hordas de Bóudica.

Los fusiles traqueteaban, pasando a automático, y barrían con partes de la formación mientras los escudos se cerraban apenas delante de ellos deteniendo la hambrienta masa.

Los machetes subían, los escudos empujaban. Los machetes silbaban, la sangre salpicaba.


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Los cadáveres ya se hacían de plataforma para salto de otras bestias, los cuerpos caían fuerte sobre los escudos obligándonos a lanzarlos a un lado y abrir la formación. Como podíamos, los pasábamos por machete antes de que tocaran el suelo, pero el impacto era fuerte, y la línea comenzaba a perderse.
Carlos ordenó avanzar. Las botas pisaban los cadáveres, las hojas remataban lo que aún se movía, la máquina procesaba la carne, abría los cuerpos, cerraba sus ciclos.

Pronto, se escuchó detrás la queja.

- Casi no quedan lacrimógenos... ¿Qué serán estas latas que dicen Ce Ele?

- ¡PEDAZO! ¡Eso es cloro! ¡Tirales el PUTO CLORO!

Las pipetas silbaron de nuevo, y los tumultos se desarmaban en bramidos y gritos desgarrados, revolcándose en el suelo como si se quemaran vivos.

Los fusiles tuvieron un descanso, los machetes trabajaban segando la joven cosecha paisa que se echó a perder.

Los rostros desfigurados colisionaban contra los escudos, las caras levemente conocidas se perdían en la expresión terrorífica, cadavérica, mítica de ojos abiertos, desorbitados, cabello enmarañado, boca sonriente y lengua extendida.


Era el ataque de Medusa, del Oni, del Troll, era el mito hecho carne. La muerte buscando muerte.

Las bestias eran demasiadas, cargaban con fuerza o caìan sobre nosotros. Las balas escaseaban y su peso era muy grande para un solo brazo y un escudo. Ojo de buey cayó, una mole, juro que era el entrenador del Multi, lo tomó por la pierna, lo arrastró unos metros atrás y la multitud le cayó encima. Carlos se lanzó encima con un fuerte grito, barriendo a escudo y machete alimañas por docena, Rodrigo lo apoyó repartiendo los últimos plomos que le quedaban en los glotones.

Debajo, Ojo estaba horrorizado, hiperventilado, tras la máscara de gas se notaba su terror. Rodrigo lo levantó tirando su fusil y lo llevó hasta uno de los carros. Sus piernas y su ingle se veían mordidas, ensangrentadas. Buey gritaba como si se estuviera muriendo. Las bestias armaron carrera de nuevo contra nosotros, peligrosamente cerca de Carlos y Rodrigo.

Con un grito la línea se armó de nuevo, ahora sin apoyo de gas ni balas. Los lanza lacrimógenos corrieron por escudos y machetes para reintegrarse al grupo mientras la formación se hacía un círculo rodeado de animales rabiosos que chocaban sin descanso contra las placas enrojecidas.

Al menos los 300 eran 300... Al menos Suetonio los hizo relevarse cada 45 minutos...

Tras casi media hora de inmisericorde violencia, los números por fin mermaban. Las bestias eran más en el suelo hecho una ciénaga roja que los que corrian por la plaza

El Rino comenzó a levantar con el escudo a cuanto bicho le corría, cayendo tras el con un estruendo. Steffan se alineó detrás abriéndoles la cabeza.

Ya más separados, los animales trataban de derribar en pares o tríos a alguno del grupo, pero las armaduras proporcionaban suficiente tiempo para que otro los eliminara de un tajo y librara el espacio para el caído

Carlos soltó el escudo, y a machete limpio pasó por montones a los simios que cargaban contra él sin un mañana en la frente. Su mano los agarraba del cuello, el machete les cortaba el vientre. El puño se estampaba en la cara y la hija cortaba por la columna. La sangre le saltaba a la visera, y él se limpiaba con un harapo del último caído.

Y Helder, apenas me percataba, cubierto hasta las narices de armadura, tomando fotos a diestra y siniestra, siniestro y siniestros.

Carne para el matadero. Todos


* * *




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Pronto los números se hicieron insignificantes. La labor se hizo más de limpieza consciensuda, divididos de a tres fuimos pasando Facultad por facultad, pasillo por pasillo, salón por salón, muerto por muerto.

Al final del día el atardecer pintaba sus visos sobre el coliseo aledaño a la cancha de futbol, el grupo había perdido dos hombres, y Sergio se encargó de curar a Ojo de Buey con quien sabe qué que encontró en la tanqueta. Carlos ordenó que lo mantuvieran en cuarentena, las películas tenían que tener algo de razón.

Cuatro horas y punta después la universidad era nuestra. Levantamos de nuevo la reja, sostenida contra una de las tanquetas, y tras traer a la gente del parqueadero a Ciudad Universitaria y reunirnos todos en la cancha, la paz fue bien común.

Este era ahora nuestro espacio, purgado con la sangre de nuestros héroes, limpiado con el sudor de nuestras frentes, abierto con el esfuerzo de nuestros brazos.

No pude evitar recordar nuestro himno.

"El hacha que mis mayores me dejaron por herencia, la quiero porque a sus golpes libres acentos resunenan".

Libres, supervivientes, prisioneros en una ciudad que ya era todo menos hogar.

martes, 24 de agosto de 2010

Lo Justo y Necesario. Parte 4 1/2. Tomado por la fuerza



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En contra de todo instinto de supervivencia, detuve el andar del auto a pocas cuadras del punto de encuentro y volteé. Ella parecía clavarse los dedos en las piernas de la fuerza con la que se las agarraba, inclinada contra una puerta, sollozando descontroladamente.

- ... - ¿Y como mierdas comenzaba la frase? ¿Como le preguntaba lo que fuera? Las cosas estaban tan jodidas que eso de los protocolos se me hacía ajeno.

- ¿Hola?...


Ella no respondía. Apretada como estaba contra la puerta de la camioneta, buscando desesperada el frío de las partes metálicas, suplicando que le arrancaran esa temperatura pegajosa, ese agarre tibio y palpitante, ese fuego carnívoro, carnal, corpóreo... Con los ojos desorbitados, llorosos, disolviéndole la pestañina y la sombra con la sangre en una cascada patética bajo cada ojo, con las manos temblorosas buscando cubrirse los dedos con la piel de sus brazos, de su vientre...

Queriendo no ser... No respirar... No sentir.
Yo adelanté mi mano hacia ella con miedo, no sabía si era seguro.
Ella se hizo más un ovillo al recibir mis dedos en su hombro y se contorsionó tratando de sacudirse la sensación de "hombre" de su piel.
- ¿M-mu-m-mujer? ¿Estás bien? Ella asintió frenética, mirándonos tras sus rodillas. Steffan entonces entró en la conversación. - Niña... ¿Qué pasaba ahí dentro? Tardó para responder.

-... Intenté... Salir... Esconderme ahí - Masculló jadeante - y todos estaban desorientados, parados por ahí, topeteándose entre ellos... En el piso, las paredes, las sillas, los mostradores... Y de un momento a otro me miraron... ¡ME MIRARON!
Steffan y yo guardamos silencio. Sus ojos parecían dibujar con terror la descripción, sus manos, rehuir a lo que veía. - Estaban pálidos... pálidos como muertos. Y-y-y-y... Y se les inyectaban sus rostros con sangre hasta que los ojos, los o-ojos, parecía que fueran a reventarles... Sus venas... tan visibles... El mapa de venas y los latidos del corazón tan fuertes que los escuchaba como el traqueteo de una ametralladora... Y como vomitaban... Vomitaban en todas partes... sobre todo... sobre- Retomó el aire- mi... Yo corrí a esconderme en -en un baño, Los sollozos se hicieron fuertes de nuevo, sus ojos anunciaban un recuerdo doloroso - pero ahí estaban unas enfermeras vomitando todo el piso... Y me miraron igual... Y se me lanzaron... se movían contra mi presionándome en la esquina del baño... Yo me les logré zafar y salí corriendo... y llegué a la sala de espera... la sala. Ay. La sala...

-Y con eso rompió a llorar desconsolada.


- Habían unos veinte... y-me-mee-me rodearon... todos con la ropa desgarrada. Niños, hombres, mujeres, ancianos... Y se pusieron violentos.
Me golpeaban, saltaban sobre mi, pateaban, mordían y arañaban... yo logré sacar una navaja de mi bolsillo y... ¡DIOS! Los apuñalé tanto, y gruñían, gritaban, pero me seguían golpeando... algunos se frotaban fuerte contra mi, bufando, mugiendo... La última vez que la vi estaba clavada en el ojo de un tipo... que con sonrisa torcida me rompía la ropa y me abría las piernas. Esa... ese... esa cosa... eso me violó... todos me violaron... No cesaban.
El silencio invadió el auto... ninguno pudo expresar cosa alguna. Yo simplemente abrí mi maleta, le ofrecí algo de ropa, y esperamos pacientemente a que se la pusiera. - ¿Y como te llamás? - M-Martina. Y no dijo más.
* * *
Cerca del auto, el hospital, la muchachita que lloriqueaba y los confundidos supervivientes, cerca del "Mierdero" dejado por los dos, del trauma que ahora se gestaba en la mente que reconectaba neuronas, hilaba recuerdos, masificaba hechos y los comprimía, tratando de fundirlos, quemarlos, abandonarlos a un olvido que no existe porque la mente no tiene si no entradas. Cerca de tanto caos y tantas tripas... Más caos. Más Tripas... Simplemente más.

En medio de una manzana de casas encaramadas, construcciones apretadas entre si como cigarrillos en una cajetilla, como inmigrantes en un camión nocturno, una casa se apagaba como cerillo viejo, soltando una columna de humo que ascendía, llevándose unas pocas almas al cielo.

En el horizonte podían verse muchas otras encendidas, algunas, incendios aislados, otros ya consumidos; y unos pocos ardiendo como hogueras bien alimentadas, quemando todo a su paso.


De entre la ceniza y los escombros asomó un cuerpo grisáceo, sacudiéndose el polvo y las astillas de la ropa ya indistinguible. Un fuerte dolor de cabeza lo agobiaba, y los recuerdos brillaban por su ausencia. ¿Quien era?
Desequilibrado, tropezaba con los muebles, las vigas caídas y los escombros mientras buscaba un lugar para sentarse. Una silla con el espaldar a medio quemar y una mesa de noche que todavía conservaba sus retratos sin daños, lo único que parecía mantenerse en pié.

El joven se sentó revolviéndose el pelo ensortijado, limpiándose la cara y los ojos como pudo. Su nariz sangraba... justo lo que faltaba. Descansó por un segundo su nuca en el espaldar para detener la hemorragia, sintiendo la sangre espesa y ferrosa rodarle por la garganta, empapándole la lengua. El sangrado no tardó en parar.

Caminó un poco entre vigas caídas, polvo y brasas, en una esquina, unos retratos se mantenían como altar.
Con cuidado tomó los retratos, limpiando los vidrios, sintiendo como cada rostro activaba un poco el vacío, el recuerdo hacía chispa, pero no encendía la llama. Una caricia a la cabeza le reveló un fuerte golpe en ella. una costra medio húmeda y un espacio de cuero cabelludo sin pelo... La razón de amnesia.
En los retratos estaba él, se reconoció porque de lejos los vidrios reflejaban su rostro sucio, un hombre grande con chaqueta verde, de buen físico y pelo muy corto, con brazos fuertes, lo abrazaba a él y a una niña más pequeña. Un grito agudo le cruzó la espina, una viga cayendo, un lloriqueo infantil, un salto y un espacio negro.
En otro, una mujer que le inspiraba cariño y respeto, de pelo castaño, enrulado como el suyo, sonriendo en un campo abierto sin muchas preocupaciones... No lograba recordar nada, visualizar nada, solo la viga cayendo, la sangre y los gritos en las calles, los saqueos, cerrar las puertas, armarse bien y temer día y noche. No eran pandillas ni ladrones, no eran narcos, paramilitares, guerrilleros; ni el mismo ejército.

Con esfuerzo recuperó el aliento, ya con el corazón más calmado y mejor equilibrio, y revisó lo que quedaba en pié de la casa.
Vasos regados, pedazos de techo y muro, un televisor roto y un equipo de sonido partido por una viga. Ropa maltrecha, cajones bloqueados por el peso de los escombros, platos, mesas con vidrios partidos, ventanas rotas, lámparas deshechas... y un escaparate cerrado.

Lo abrió lentamente, con inconsciente reverencia, como si fuera mandatorio.
El escaparate parecía una puerta al campo... por ese fuerte olor a leña y pasto, a guayabas maduras, leche recién ordeñada, tierra y viento.
Adentro, un poncho viejo que con el tiempo de gris se hizo negro, un machete con funda "
de'hartos ramales", uno sombrero aguadeño bien cuidado, botas pantaneras y un cinturón fuerte, como para pantalones de verdad. Pero más adentro, algo le avivó el recuerdo. Un olor cálido, de fuerte respeto y admiración, de comodidad... la chaqueta de la foto, colgada detrás del poncho.
Era claramente una chaqueta militar, pero donde antes debió haber estado el nombre oficial del hombre de la foto, ahora estaba bordado "Hati". La prenda fue a dar cómodamente a sus hombros, y de un bolsillo cayeron un par de guantes de cuero, con el mismo nombre bordado en la muñeca del izquierdo.

Contra la esquina, un bastón largo de guayabo, labrado a punta de cepillo, de buena densidad pero liviano. Un metro veinte de largo, una pulgada de ancho, y tierra marcada en una punta.
Se hizo de un morral que encontró bajo una cama, un plato, vaso y cubiertos de metal, cuchillos de cocina, cuerda, algunas herramientas, un cuaderno y las fotos de los retratos bien cuidadas dentro de él. y sin más, salió.

No sabía bien qué lo movía, ni como, pero no parecía tener problemas en sortear los obstáculos en su camino. No tardó mucho para llegar a la calle. Se movía como un fantasma, como se mueve un gato que se le escapa al perro de su barrio, que se le escapa a su amo, a si mismo. Seguro, tranquilo, con la respiación bajita, los pies ágiles, y deslizándose pegadito a los muros.

Y los vio. Trogloditas, caníbales de cliché, eso parecían. Hombres que ya no eran si no bestias, acurrucados, temblando en el sopor, resguardados del sol, comiendo carne regada por el suelo y lamiendo la sangre que manchaba el asfalto. Los vio bien, los detalló, los contó, midió, estimó y memorizó; pero ellos ni lo notaron. Hati pasó por la ciudad como Pedro por su casa.
* * *
Steffan y yo llegamos al punto de encuentro, llevando a Martina casi de la mano. Bajamos de la camioneta, ya dentro del parqueadero, y Maria Clara me recibió con un abrazo que me levantó del suelo. "Mala" era una mujer fuerte, rolliza, ni alta ni baja, de pelo negro con mechones verdes y azules, y el físico era el que bien le dejó jugar Rugby por años. Cosa rara... hasta en estos tiempos tenía puesta una camiseta del Che. Devuelto el abrazo, me hizo pasar.

Adentro, unas veinte personas agolpadas en una sala discutían alrededor de lo que parecía un plano dibujado con tiza y con representaciones hechas con borradores, adornos y cubiertos. Los hombres se levantaron de inmediato, y Mala nos los fue presentando.

Carlos, un hombre alto, de complexión fuerte, calvo y de voz grave. Parecía un luchador de UFC. Rino, bajo, pelo largo enmarañado, prominente nariz, mirada burlona pero desconfiada, Sergio, corto de estatura, parecía que no se afeitaba en una semana, y el pelo de típico bohemio cervecero y fumador de pielroja. "¡Buenas!". Helder, moreno, pelo corto, pasamontañas tapándole las orejas y cámara fotográfica terciada, poca condición física y un aire viciado en sus ojos de párpados caídos. El pato, Rodrigo, Dobles, Ricardo, Andrés y Ojo de buey... Mucha gente.

- La vuelta es simple - Dijo mala - esos perros son como zombies de las películas, y ya hemos visto que se tragan lo que se encuentran, yo digo que caigamos al ESMAD, miremos como nos robamos una tanqueta y los uniformes de Robocop, luego entramos a la U a la fuerza, sacamos a esos pirobos a machete, la cerramos, y vivimos ahí. En la U tenemos de todo pa' vivir por años.

Carlos se levantó, tomó del piso un hacha de incendios y nos miró a todos a los ojos. Martina le quitó la mirada.

- Esto es de vida o muerte, este es el momento decisivo, esta es la única oportunidad que tenemos. Si caemos en la U, mañana vamos a estar chupando la sangre de las alcantarillas. El que no se sienta con cojones para pasar a machete a esas cosas, quédese y cuide.

El pato, Martina y Sergio se quedaron, el resto fue tomando o que pudo, lo que traía, y montados hasta en los techos en tres carros salimos hacia el ESMAD. Suerte la nuestra que estuviera a dos minutos de la U.

La resistencia fue mínima, de uniforme negro y gorra estaban muchos, pero comiendo carne podrida. ¿Quien de nosotros iba a pensar que no vivían con la armadura puesta? Así los veíamos siempre.

Machetazo va, machetazo viene, éramos muchos para tan poca resistencia. Y en media hora estábamos todos full armadura, escudos transparentes y machete. Rock & Roll Bitches!

Tomamos dos tanquetas llenitas de gasolina, unos arietes para puertas, lanza lacrimógenos, escudos, cascos, máscaras de gas y armaduras extra, cortafríos de tamaños bíblicos, unas cuantas armas de fuego y muchísimos garrotes. Por último, un intercomunicador para cada uno, y donde llevaban las granadas lacrimógenas, molotovs.

Hicimos chirriar las llantas de los paquidermos y arremetimos contra la U.

Llegamos por Barranquilla, comenzando a entender como se sentía el ESMAD en esos monstruos... era el poder, la espera. Dentro de la tanqueta el aire parecía inyectar violencia, frenesí, y la visión de todos uniformados creaba una imagen mental de que todos éramos uno solo. Dos se hicieron de lanza lacrimógenos, Rodrigo y Ojo de Buey tomaron de a fusil, se les notaba el servicio militar. El resto nos armamos de machete y escudo.

La primera tanqueta aceleró rauda, arremetiendo contra la reja de Barranquilla con un grito de emoción de todos y abriéndola de un golpe. Los remaches volaron, y la bestia frenó frente a las columnas que abren Plaza Barrientos. La segnda tanqueta frenó al lado.

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Pero los vehículos sería inútiles, todos los bichos estaban tras las columnas de la plaza.

- Bueno - Dijo sonriendo el Rino - ¡A tirar infantería araganes!

Entre risotadas bajamos y nos formamos frente a las tanquetas.

Ya sé como se sintieron Leonidas y sus 300.

martes, 2 de marzo de 2010

Lo Justo y Necesario. Parte 3. Ella.



A fuerza de hombro abrimos el garaje, cada uno con "fierro" en mano, el dedo temblando sobre el gatillo; perfectamente concientes de que en esta no teníamos memory card, cheat codes, municiones ilimitadas o vidas extra.

Encendimos el carro tan discretamente como pudimos, y arrancamos lomas abajo por envigado, esquivando vehículos y cadáveres a donde fuéramos. La ciudad no parecía responder a lo que ninguna película me había enseñado.

El silencio era inhumano. Lo digo porque podía escuchar a los pájaros, y de cuadra en cuadra, un perro se saciaba sin cargo de conciencia con algún cuerpo ya frío; pero nada "humano" llenaba el fondo. Ni el crujir del asfalto o el motor de otros carros, nada de vendedores de aguacates o insultos en la calle. Todo se veía tan grande, tan lejano, que me fué imposible no sentirme minúsculo y desprotegido. No quise preguntarle a Steff como se sentía.

Paramos en el mercado cercano al parque de Envigado, nuestras provisiones no eran exactamente copiosas, y suponíamos que el grupo demandaría más que buena voluntad a quienes quisieran unirse.

Un ruido húmedo y roñoso llegó a nosotros cuando apagamos el motor y bajamos del auto, algo que provenía de una carnicería que daba a la calle. Era dificil saber si los regueros pútridos y las manchas en las paredes eran de los productos que se vendían o de los vendedores, pero algo tras el mostrador hacía unos ruiditos intermitentes bastante perturbadores.
Nos quedamos paralizados... era simplemente grotesco. Una mujer de pelo enmarañado, más parecido a una esponjilla de brillar, agachada en el suelo, apoyada en cuatro, atragantándose con pedazos y pedazos de carne. Con sus manos de batracio tomaba la carne y se la metía a la boca, pero no pasaba, y se le caía de entre los dientes haciendo un ruido de reguero seco al chocar contra la valdosa blanca medio manchada.

No se cuanto le tomó percatarse de nuestra presencia, pero sus ojos se enzañaron en nosotros con una mueca desagradable que no sabría discriminar entre hambre, lujuria o ira. De inmediato movió su cuerpo hacia nosotros, pero no hacía más que rodar, tratando de apoyarse bien en algo para levantarse. Los dos abrimos fuego contra ella, descargándole por lo menos once tiros. El vientre pareció liberar presión al recibir los disparos, porque chorros de aguasangre y un olor desagradable le salieron de inmediato de la panza deshecha... A poco y pierdo mi comida.

Después de los disparos corrimos hacia adentro, asustados, confundidos, tomando la comida que pudimos encontrar. Solo habían cosas empacadas, enlatadas, o protegidas por algo artificial. Ni frutas, carne, vegetales, pan o granos descubiertos habían sobrevivido, y de cuando en cuando, un cadaver obeso con los labios o el vientre desgarrado y rodeado de comida masticada terminaba el cuadro. Algo hacía que esos animales no pararan de comer.

Agradecidos por el transfondo campesino de los paisas, encontramos machetes y cuchillos largos en todas partes, de esos con los que apenas hace cuatro días le mostraban a las señoras que la yuca si estaba buena, y con los que separaban con maestría los gajos de plátanos para venderlos "menudiaos". Tomamos los que pudimos, un afilador y un zurriago de guayabo bien pulido, y volvimos al auto para continuar hacia la Universidad.

El camino iba igual de tranquilo, tomando la canalización hacia la regional, la regional hacia la Universi... Dando media vuelta, media área metropolitana había tomado el mismo camino, y parecía que todos estaban muertos. Tomando calles alternas y abriéndonos paso entre los autos tirados a diestra y siniestra; pero ya sin cuidado de no pisar cadáveres, seguimos nuestro camino por la laberíntica ciudad. Ya pasábamos a una cuadra del hospital.

Pero a la vuelta de una esquina, algo apareció en la mitad de la calle, volándo metros hacia adelante por el impacto del parachoques. Un cuerpo delgado golpeó como bola de bolos a una docena de pinos humanos, y dos segundos después nos encontramos atrincherados en la camioneta disparando como un par de Marines... Justo como me había enseñado mi papá, en el tríangulo que forma la cabeza con el pecho, o entre la nariz y la frente, uno por uno iban cayendo mientras corrían en desbandada hacia nosotros... 12, 20, 35... No se de donde mierdas salían, pero caían como si matáramos bichos en el juego de turno. La mala noticia era que las municiones escaseaban y ellos no parecían verse amedrentados por el poder de fuego...

Por fin paecieron ir menguando, justo cuando me quedaba medio proveedor del Galil, y a Stef solo dos balas de la 9mm... el revolver seguía intacto.

Los cadáveres se revolcaban de cuando en cuando en el piso, pero algo sonaba al fondo, un coro de gruñidos, aullidos, gemidos... una desagradable canción marcada al ritmo de algo que parecían palmadas a todo lo que una mano podía dar.

- ¿Qué mierdas es eso? - Pregunté asustado
- Parce... No se... ¿Otros de esos hijos de puta? Vámonos ¡YA! ¿O queres que nos m...

Un grito de dolor sonó al fondo, un grito jadeado, cansado, pero profundamente doloroso. Steffan abrió la puerta de un golpe, arrebatándome el fusil, y corrió hacia el hospital sin darme oportunidad a pensar. Yo salí más con duda que con valor en el pecho (Y por puro miedo de quedarme solo), con el revolver en la mano y rezando porque no tuviera que dar más de seis tiros; y los dos pasamos al tiempo por la puerta cubriendo cada uno un lado de la entrada de Urgencias.

Los gritos se habían ahogado, pero el golpeteo y los gorgeos se escuchaban más al fondo en el pasillo. Un amasijo incomprensible de carne se movía frenéticamente contra si mismo a la mitad del estrecho corredor de hospital, gruñendo, gimiendo... Parecía algo engorrosamente sexual, lascivo, primitivo, vomitivo.

Steff abrió fuego en una ráfaga de cuatro tiros, y los animales se espavilaron contorsionándose contra las paredes y el piso por el dolor. Gruñían como bestias, como perros rabiosos alejándose de su centro. Debajo de ellos había una mujercita, pequeña, con el pelo corto teñido de rojo, completamente desnuda y con sangre fresca y seca cuarteándole la piel. Ella solo respiraba agitada, agarrándose las piernas y haciéndose un obillo, no gruñía, no bufaba, y menos se nos lanzó encima a la carrera, resbalándose con la sangre en el piso.

Disparamos de nuevo, pero al momento Steffan tuvo que dar media vuelta y contener a otro grupito de animales acercándose por donde entramos. Estábamos rodeados, y no sabía si habría una salida hacia donde ella estaba... pero...


Yo no pensé como superviviente y corrí hacia ella con el revolver en mano, dando de a tiro a los pseudohombres y mujeres que, heridos, comenzaban a golpearla sin piedad.

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro. Cuatro tiros, cuatro cabezas, y levantarla de un tirón para echármela en el hombro.

"Pistola" dije, y Steffan sin pensarlo me la lanzó rodando por el suelo mientras abaleaba a los que se encontraba al frente. Atiné a dar los dos tiros que me quedaban, el segundo en una pierna, así que el poco camino que quedaba, debí abrírmelo con machete, delante de Steffan, cercenando lo que las balas no habían matado de un tiro.

No se ni como carajos llegamos al carro, pero luego de haberla puesto con celeridad en el asiento trasero, subimos a la camioneta y arrancamos a todo lo que el motor daba. Creo que arranqué en segunda por el chirrido que el motor dió. No pudieron alcanzarnos.

Y ella... Ella sollozaba incontrolablemente en el asiento trasero como si respirara lágrimas.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Marioneta. Parte 10. Trágame...



(Me disculpo con mis lectores por ocho meses de espera. Y les agradezco sobremanera por seguir leyéndome a pesar de mi inconstancia y mis faltas)

Harley corrió por los pasillos, perdida, absorta en si misma.

Sus pasos retumbaban en su consciencia, acentuando los hechos de la noche que nunca supo si fue de noche porque no sabía hora ni día.

La imagen del ascensor se le coló por la esquina del ojo, y corrió como si un monstruo la siguera. Como Stephen King decía, Los monstruos si existen... solo que viven en nuestro interior; y a veces ganan.

Y tras ella venía uno, una arlequina corría tras ella ondeando un mazo de madera, besos y charada. Una afilada sonrisa de gato Cheshire que le pisaba los talones con la suavidad del amor que desea huir para abandonar al amor insuficiente.

La puerta del ascensor se abrió, y ella saltó adentro sin percatarse de la falta de un piso de fondo.

"PLAS" Era lo que habría deseado oír al cerrar los ojos, pero los abrió sintiéndose Alicia, sintiendo que caía por una madriguera de conejos en la que burbujeaban los pasitos de mil insectos con cara de políticos y justicieros. Donde puertas, relojes, llaves, copas y libros estaban toscamente clavados a las paredes como cuadros; con olor a galletas recien horneadas y leche agria.


El aire jugueteaba con su falda en la más lasciva actitud, y entre las sombras pequeños martillos torturaban yunques piropeándola sin compasión.
Sentía como perdía la inocencia y la culpa, la lógica y la desesperación.

Se sentía como una melodía espiralada en un Hurdy Gurdy, una corriente de aire danzando dentro y fuera de la caña de una flauta, como el temblor de la sordina de una trompeta que canturreaba obcenidades. Saltando entre teclas de piano que la lanzaban como en una mantada y la recibían entre las ligaduras de acordes cada vez más disvariantes.

Deseaba cerrar los ojos, o tal vez ya los tenía cerrados, porque ni cubiéndose su carita con el delantal lograba detener la caida.

Vió al fondo una piscina de animales de felpa, vestidos y panquecitos dulces. Todos mirándola con hambre, de ser usados, de ser mimados, devorados, de ser su mundo, su sueño y su realidad... y...

¡PLAS!

Como habría ocurrido el primer día en su nuevo puesto, se golpeó de lleno contra la puerta de su oficina y tropezó hacia atrás.

Pero no había nadie alrededor. Apenas la luz de la noche que se colaba por los ventanales iluminaba los pasillos del hospital, fría, silenciosa, parca. Resaltándole por la piel la certeza de que había sido solamente la peor alucinación de su vida.


Abrió la puerta de su oficina con el corazón bombeando iracundo, gritándole desde su casita de costillas y carne dulce, y casi desplomándose alcanzó a desplomarse apropiadamente en su sillón de corazón.

Y así de la nada, de entre las sombras y las risas, una sombra y una risa cruzaron el umbral de la puerta.

El páliducho payaso se acercó al mueble, mirándola sin pausa, atándola, hipnotizándola con sus ojos dispares, con sus labios amplaimente cicatrizados, con es murmullo que escuchaba cuando contemplaba su rostro, que no venía de ninguna parte... que no venía si no de la cómplice vocesita interna que se retorcía incitándola a que lo abofeteara y le mordiera el cuello hasta que la mañana los mandara a callar.

Él la acunó en el sofá con todo cariño, cubriéndola con una bata que encontró en el cuarto inutil.
Le preparó un baño caliente con burbujas y archivos triturados, y una fogata en su escritorio.

Hecho esto. Sa despidió con un beso, con su rostro recién pintado con maquillaje prestado, y se largó por la puerta de enfrente.


Y mientras el bufón saludaba a la multitud que le dió la bienvenida al sótano de su vida, a las sombras que en la noche se le hacían tan amigables e inxistentes como esa vez; pasó por la reja con las llaves y caminó por la campiña para perderse en el bosque.

-- No por estar encadenado pierdo mi condición de lobo... ¡Y se los dije, peleles!


* * *

Harley se levantó como cuerda por su casa, se hundió en la tina caliente en la mayor relajación, perdida en la aromaterapia de miel, roble y canela, y se hundió completamente, sintiendo las caricias del agua y el papel hasta que la temperatura menguó la satisfacción.

Entre llamas se vistió, en calma, sin prisa y sin miedos. Solo sonreía recordando a su esposo, quien había salido a trabajar esta mañana y regresaría tarde en la noche.

Todo esto fue hermoso hasta que su mano tocó el picaporte de la puerta principal y el metal le devolvió de mala gana una fuerte quemadura.

Harley contempló, aterrada, su oficina envuelta en llamas... pero sin ella atada y sin el payaso saltando... mucho más trágico de lo que imaginó.

Y en el vidrio de la puerta, un beso rojo plantado como evidencia.

-- Trágame... Tierra

Fué lo único que atinó a decir antes de caer desmallada por el humo.

lunes, 28 de septiembre de 2009

Bloody Blues

Espero que esto se haga una canción....

Rain drops down
Dying my fingertips red
I see the rain falling down
Covering my fingers in red
Must be my tears, honey
When in the dark, I call your name

I feel the pressure in my chest
Heavy breathing, sorrow comes
Too much pressure in my heart
Heavy beatings, sorrow comes
Must be your words, darling
Making my blood flow down again

Oh, I sure hope rain pours and wash me
Wash the blood out of my hands
I hope the rain will come and wash me
Clean the blood and tears off my face
As I hope... my love
To hear you say you love me again.
As I Dream
To hold you in my arms again.

martes, 16 de junio de 2009

WitchLust

Esta es la versión final de Witchlust, una de las letras de mi grupo, Varg Fang

Disfrútenla.

Wake up… here I am
Wake up… Here to stay

Look at me… here I am
Wake up now, I’m Here to Stay

What’s wrong darling, Is it hard to breath?
Even sitting in your chest I thought you would stay asleep

What’s wrong darling? Why are you scared?
Didn’t you summon me before you went to bed?

Now and for once, let’s put things clear
You have to know with who you’re dealing with

You’ve been burning women for years
And none of them were close to be a witch

They where lustful, they were mean
But they didn’t had what it takes to be me

Not the madness, nor the guts
Not the power to conjure your demons tonight

I’m so evil, I’m so sweet
with three words I’ll convert your life in a snake pit

Subtle toy in my Twisted desires
I will play with you ‘till your hours expire

There is madness in my hands
And I bet you would kill for the secrets I’ve kept

Yes, I’m burning in my lust
Not a succubus can drive you as mad as I could

What I want, that I get
And if you don’t please me, I’ll make you regret

I could live in a cave, maybe sleep next to you
About me no one can tell false from truth

I have nothing to do with Lucifer
I’m with Lilith, and he’s going crazy for her!

And I’m laughing at your laws
We've been laughing since Frau Lilith laughed at your god

And yes, you should fear me, like the boogie man
‘Cause you men always fear that you don’t understand

Fog is my veil, Blood is my booze
Watch out, Darling… I’m coming for you…

Yeah, Run, baby!

So now, tell me darling, Is it clear?
Don’t fear the devil, it is me you should fear

As a girl can be, there’s nothing worse
And I swear I will be the essence of your remorse

Oh, I pity you, little man
You’re gonna suffer for every woman you burned ‘til you die

And if I ever say “Here to Stay”
Pray to god because nothing will drive me away

I will hunt you, track you down
I will make you my slave, in me you will drown!!!!

‘Cause… I’ll tell you, Honey

I’m as dark as the night
And as deep as the sea
Surrender’s your option
You belong to me
I’m the flame in your hel
The twitch in your arm
Stop dreaming about it
From this you can’t guard
I’m a bitch, I’m a leak
I’m the root in your path
Oops, you tripped `cause of me?
It’s my fault? Oh, to bad
I’m a potion, a scythe
A lotion and a knife
The rain in your heart
And the wood in your pants
A war in your brain
Or the peace that you pray for
When you go to bed
And claim to that guy upstairs
“Release me from her!”
But there is no escape
And if you think ‘bout it twice
I’m the best you can get!!!!!!

…I’m all you’ll ever gonna need…

…All you’ll ever gonna need.

Mi banda Sonora


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