viernes, 16 de julio de 2010

Heavy Horses. Jethro Tull



Como si movieran ellos solos la tierra...

Como si continuaran con una noble labor casi extinta.

viernes, 2 de julio de 2010

Jaurías Femeniles


Este es un documental de la Paisanal Geographic.

Y la música de explorador triunfal ambienta la cascada de imágenes de naturaleza urbana. Niños de papi y mami parqueando la Murano en el Lleras, prostitutas bailando tristezas en sus putiaderos, estudiantes pasando entre clases con opacos cigarrillos de marihuana, carteristas que no han cumplido quince corriéndole a la policía y patrulleros civiles custodiando las calles de su barrio de las libertades de sus habitantes.

Medellín. Puro y duro.


Y el documental comienza. Un bar a medio llenar del lleras, pasada de las 10 la noche, y tres jovencitas sentadas en una mesa hablan tranquilamente.


- En el Valle de Aburrá en una de sus laderas sur-orientales, pequeñas jaurías de humanos se reúnen en los abrevaderos dispersos alrededor del parque Lleras. Estos lugares, confeccionados según los gustos de los individuos, reciben a los grupos con diferentes combinaciones de alimentos, decoración e interacción. Sus espacios son entonces el lugar de encuentro para las relaciones sociales, pero principalmente para el cortejo.


Es así como pequeñas jaurías compuestas únicamente de féminas entran a estos abrevaderos, o bares, rompiendo con los protocolos de la especie sin ningún reparo.
Estas jaurías pueden albergar entre dos y quince individuos, pero normalmente guardan proporciones entre tres y seis integrantes.

A menos que sea un par, siempre subdividen su organización interna en una hembra Alfa, una (o unas) Beta y una (o unas) Omega. Justo como las manadas de lobos.


La hembra alfa, la líder, se sienta primero, ordena primero la comida y tragos, y dirige la conversación. (A diferencia de las manadas mixtas, las manadas femeniles solo se reúnen en abrevaderos como los bares o las discotecas en la zona rosa, nunca se sientan en lugares de menor reconocimiento como parques o bancas).

La hembra alfa, al igual que un lobo alfa, habla poco, y sus aullidos son cortos, pero son secundados por las betas que la acompañen, quienes amplían su idea.
Las Beta son la mano derecha de las alfa, la asisten con los alimentos y alejan a los machos indeseados de ella o de la manada. Estas hembras cumplen el papel de rectificar la autoridad sutil del Alfa.

Las Omega son las mediadoras, son más alegres, histriónicas, y divierten al grupo cuando es necesario con chistes, bailes o preguntas capciosas.


Visualmente, las manadas de hembras llevan un plumaje, aunque bien cuidado y vistoso, menos atractivo a los hombres; esto radica principalmente en espaldas cubiertas y la carencia de faldas; al grado de que en un grupo de seis féminas será difícil ver una con falda corta.


Durante sus encuentros, su comportamiento difiere de las manadas mixtas, incluso de las que solo tienen un hombre, en varios aspectos.


El control que el Alfa ejerce es sutil e implícito, no hay muestras físicas de poder, y los gruñidos o fuertes reprimendas sonoras son poco comunes, en vez de esto, la ironía y las señas visuales suplen la necesidad comunicativa de la jauría.

Durante sus encuentros, su disposición física es relajada, con sus espaldas recostadas contra el espaldar en vez de inclinarse sobre la mesa, y su principal interés son las otras féminas de la especie, en quienes invierten mucho más detalle y esfuerzo al observarlas; en cambio, parecen no percatarse de los machos, ni siquiera cuando pasan desfilando cerca de ellas.
Su tono de voz es mucho más bajo y claro, y usualmente esto responde a que estas manadas se forman buscando escapar de bullicio generado en los grupos mixtos o predominantemente masculinos. Pero esta característica no puede atribuirse al macho únicamente. Si un espécimen hombre se acercara a una jauría femenil conocida, y se le permitiera entrar al círculo, inmediatamente se inclinarían sobre la mesa, subirían el tono de voz y harían de su gesticulación algo más visible, tal vez para lograr que estos individuos menos perceptivos las entiendan.


Una manada femenil puede ir acompañada de uno o dos especímenes masculinos homosexuales, los cuales no rompen el círculo de confianza en intimidad en el que se imbuyen. Este estado de privacidad y hermandad es tan grande que no reparan en hablar sin tapujos de sexualidad, malos pasados o hasta exclamar que se retiran para ir a “hacer chichí”.


Sus conversaciones son mayormente anecdóticas, usualmente alejadas de trasfondos políticos, sociales o económicos, y van de la mano con la necesidad de relajación derivada del estrés al que las someten las manadas mixtas.


Estos grupos, mientras están reunidos, conviven en un aislamiento casi completo respecto a otras manadas mixtas, o machos solitarios que intenten separarlas de sus grupos para cortejarlas. La jauría, ante una amenaza parecida, se cierra dando la espalda al macho, guardando silencio; pero si esto no funciona, la hembra Beta se encargará de sacar, física o verbalmente, de los alrededores a su mesa, al intruso.

Para estos machos, separar a su presa de la manada es la única opción para alimentarse, y usualmente son las Omega las presas a las que apunta.

Si una hembra Omega deseara salir de la manada para encontrarse con un macho, que tendría que ser previamente conocido por la manada, necesitaría permiso expreso de su Alfa, y estaría todo el tiempo bajo a observación de la Beta para asegurarse de su seguridad, como de su permanencia en el área.


Algunas veces ellas mismas rompen su protocolo, saliendo a cazar machos, cambiando los roles de cazador y presa; por lo que deben cuidar su imagen de opción de cacería, no ser muy lanzadas ni visibles, y esforzarse por recibir más de lo que dan. Estos casos se dan poco, y cambia su manera de expresarse, el volumen de la voz se hace más alto, la vestimenta más “carente”, y la combinación de colores apunta más a lo brillante y vistoso.


Contrario al mito, las mujeres no necesariamente se arreglan para los machos, pero si se acicalan y perfuman de manera diferente para cada uno de los casos.


Una manada no se negará a recibir bienes de machos que busquen aventajarlas, como tragos, entradas, o tal vez un baile, pero no pasarán de algo fugaz, ni permitirán, a menos que su intención sea cazar, que el macho se haga de ninguna de sus integrantes.


Su alimentación es más abundante que en los grupos mixtos, ya que carecen de la necesidad de guardar apariencias, y al beber prefieren los cocteles con gustos dulces y presentaciones vistosas sobre los licores puros y amargos. Todo esto sin olvidar que uno de los miembros actúe como conductor designado, o con la precaución de que un tercer individuo cumpla el papel de transportador-protector, y pase a recogerlas cuando ellas sientan que han charlado lo suficiente.


Es raro ver a dos manadas femeniles en el mismo bar, aunque no en la misma discoteca, y cuando una llega en segundo lugar a un lugar pequeño, prefiere seguir su camino a establecerse y exponerse a una confrontación de miradas, indirectas y amargos gestos. Sus intenciones van más hacia ser las observadoras que las observadas.
Por el contrario, no repararán en tentar a otros machos si es posible, siempre desde la seguridad que les provee la superioridad numérica y la vieja ventaja femenina de evitar la ira de los hombres con su postura indefensa y su adagio a la condición masculina de “aprovechados” y “machistas”.


Finalmente, estos grupos abandonan los abrevaderos sin previo aviso, con comportamientos tranquilos y poco visibles, desaparecen entre el cemento y el vidrio tan rápido como llegaron, con su caminar contoneado, tentador, de fruta que no se puede alcanzar; y regresan a sus madrigueras urbanas de manera silenciosa, donde tal vez regresen a sus vidas llenas de machos hambrientos y fuertes competencias alimenticias.

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