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martes, 2 de marzo de 2010

Lo Justo y Necesario. Parte 3. Ella.



A fuerza de hombro abrimos el garaje, cada uno con "fierro" en mano, el dedo temblando sobre el gatillo; perfectamente concientes de que en esta no teníamos memory card, cheat codes, municiones ilimitadas o vidas extra.

Encendimos el carro tan discretamente como pudimos, y arrancamos lomas abajo por envigado, esquivando vehículos y cadáveres a donde fuéramos. La ciudad no parecía responder a lo que ninguna película me había enseñado.

El silencio era inhumano. Lo digo porque podía escuchar a los pájaros, y de cuadra en cuadra, un perro se saciaba sin cargo de conciencia con algún cuerpo ya frío; pero nada "humano" llenaba el fondo. Ni el crujir del asfalto o el motor de otros carros, nada de vendedores de aguacates o insultos en la calle. Todo se veía tan grande, tan lejano, que me fué imposible no sentirme minúsculo y desprotegido. No quise preguntarle a Steff como se sentía.

Paramos en el mercado cercano al parque de Envigado, nuestras provisiones no eran exactamente copiosas, y suponíamos que el grupo demandaría más que buena voluntad a quienes quisieran unirse.

Un ruido húmedo y roñoso llegó a nosotros cuando apagamos el motor y bajamos del auto, algo que provenía de una carnicería que daba a la calle. Era dificil saber si los regueros pútridos y las manchas en las paredes eran de los productos que se vendían o de los vendedores, pero algo tras el mostrador hacía unos ruiditos intermitentes bastante perturbadores.
Nos quedamos paralizados... era simplemente grotesco. Una mujer de pelo enmarañado, más parecido a una esponjilla de brillar, agachada en el suelo, apoyada en cuatro, atragantándose con pedazos y pedazos de carne. Con sus manos de batracio tomaba la carne y se la metía a la boca, pero no pasaba, y se le caía de entre los dientes haciendo un ruido de reguero seco al chocar contra la valdosa blanca medio manchada.

No se cuanto le tomó percatarse de nuestra presencia, pero sus ojos se enzañaron en nosotros con una mueca desagradable que no sabría discriminar entre hambre, lujuria o ira. De inmediato movió su cuerpo hacia nosotros, pero no hacía más que rodar, tratando de apoyarse bien en algo para levantarse. Los dos abrimos fuego contra ella, descargándole por lo menos once tiros. El vientre pareció liberar presión al recibir los disparos, porque chorros de aguasangre y un olor desagradable le salieron de inmediato de la panza deshecha... A poco y pierdo mi comida.

Después de los disparos corrimos hacia adentro, asustados, confundidos, tomando la comida que pudimos encontrar. Solo habían cosas empacadas, enlatadas, o protegidas por algo artificial. Ni frutas, carne, vegetales, pan o granos descubiertos habían sobrevivido, y de cuando en cuando, un cadaver obeso con los labios o el vientre desgarrado y rodeado de comida masticada terminaba el cuadro. Algo hacía que esos animales no pararan de comer.

Agradecidos por el transfondo campesino de los paisas, encontramos machetes y cuchillos largos en todas partes, de esos con los que apenas hace cuatro días le mostraban a las señoras que la yuca si estaba buena, y con los que separaban con maestría los gajos de plátanos para venderlos "menudiaos". Tomamos los que pudimos, un afilador y un zurriago de guayabo bien pulido, y volvimos al auto para continuar hacia la Universidad.

El camino iba igual de tranquilo, tomando la canalización hacia la regional, la regional hacia la Universi... Dando media vuelta, media área metropolitana había tomado el mismo camino, y parecía que todos estaban muertos. Tomando calles alternas y abriéndonos paso entre los autos tirados a diestra y siniestra; pero ya sin cuidado de no pisar cadáveres, seguimos nuestro camino por la laberíntica ciudad. Ya pasábamos a una cuadra del hospital.

Pero a la vuelta de una esquina, algo apareció en la mitad de la calle, volándo metros hacia adelante por el impacto del parachoques. Un cuerpo delgado golpeó como bola de bolos a una docena de pinos humanos, y dos segundos después nos encontramos atrincherados en la camioneta disparando como un par de Marines... Justo como me había enseñado mi papá, en el tríangulo que forma la cabeza con el pecho, o entre la nariz y la frente, uno por uno iban cayendo mientras corrían en desbandada hacia nosotros... 12, 20, 35... No se de donde mierdas salían, pero caían como si matáramos bichos en el juego de turno. La mala noticia era que las municiones escaseaban y ellos no parecían verse amedrentados por el poder de fuego...

Por fin paecieron ir menguando, justo cuando me quedaba medio proveedor del Galil, y a Stef solo dos balas de la 9mm... el revolver seguía intacto.

Los cadáveres se revolcaban de cuando en cuando en el piso, pero algo sonaba al fondo, un coro de gruñidos, aullidos, gemidos... una desagradable canción marcada al ritmo de algo que parecían palmadas a todo lo que una mano podía dar.

- ¿Qué mierdas es eso? - Pregunté asustado
- Parce... No se... ¿Otros de esos hijos de puta? Vámonos ¡YA! ¿O queres que nos m...

Un grito de dolor sonó al fondo, un grito jadeado, cansado, pero profundamente doloroso. Steffan abrió la puerta de un golpe, arrebatándome el fusil, y corrió hacia el hospital sin darme oportunidad a pensar. Yo salí más con duda que con valor en el pecho (Y por puro miedo de quedarme solo), con el revolver en la mano y rezando porque no tuviera que dar más de seis tiros; y los dos pasamos al tiempo por la puerta cubriendo cada uno un lado de la entrada de Urgencias.

Los gritos se habían ahogado, pero el golpeteo y los gorgeos se escuchaban más al fondo en el pasillo. Un amasijo incomprensible de carne se movía frenéticamente contra si mismo a la mitad del estrecho corredor de hospital, gruñendo, gimiendo... Parecía algo engorrosamente sexual, lascivo, primitivo, vomitivo.

Steff abrió fuego en una ráfaga de cuatro tiros, y los animales se espavilaron contorsionándose contra las paredes y el piso por el dolor. Gruñían como bestias, como perros rabiosos alejándose de su centro. Debajo de ellos había una mujercita, pequeña, con el pelo corto teñido de rojo, completamente desnuda y con sangre fresca y seca cuarteándole la piel. Ella solo respiraba agitada, agarrándose las piernas y haciéndose un obillo, no gruñía, no bufaba, y menos se nos lanzó encima a la carrera, resbalándose con la sangre en el piso.

Disparamos de nuevo, pero al momento Steffan tuvo que dar media vuelta y contener a otro grupito de animales acercándose por donde entramos. Estábamos rodeados, y no sabía si habría una salida hacia donde ella estaba... pero...


Yo no pensé como superviviente y corrí hacia ella con el revolver en mano, dando de a tiro a los pseudohombres y mujeres que, heridos, comenzaban a golpearla sin piedad.

Uno.

Dos.

Tres.

Cuatro. Cuatro tiros, cuatro cabezas, y levantarla de un tirón para echármela en el hombro.

"Pistola" dije, y Steffan sin pensarlo me la lanzó rodando por el suelo mientras abaleaba a los que se encontraba al frente. Atiné a dar los dos tiros que me quedaban, el segundo en una pierna, así que el poco camino que quedaba, debí abrírmelo con machete, delante de Steffan, cercenando lo que las balas no habían matado de un tiro.

No se ni como carajos llegamos al carro, pero luego de haberla puesto con celeridad en el asiento trasero, subimos a la camioneta y arrancamos a todo lo que el motor daba. Creo que arranqué en segunda por el chirrido que el motor dió. No pudieron alcanzarnos.

Y ella... Ella sollozaba incontrolablemente en el asiento trasero como si respirara lágrimas.

martes, 2 de febrero de 2010

Zombies...


Rodando por la ciudad con mis camaradas, aplastando cráneos bajo las llantas de una hermosa y deshecha Harley Davidsson, pasando a machete a los que vagan por las calles y saqueando locales abandonados que otrora fueron lugar de sonrisas y capitalismo, refugiándonos en casas convertidas en fortalezas, en parcelas autosuficientes que producen sus propios vegetales, crían animales y añejan buena cerveza, ron e Hidromiel... Así viviría yo el día que una epidemia zombifique a la basta mayoría de la población mundial.

Para quienes me conocen bien no es una sorpresa oirme decir de vez en cuando "Ojalá viniera una hecatombe Zombie y acabara con todo".

¿No lo piensa de vez en cuando todo el mundo? ¿No se hartan de la crueldad y el movimiento monótono de las urbes? de la economía? del mundo? Al fin y al cabo no habría gran diferencia, serían montones de hombres y mujeres, con hambre, devorándose entre si, moviéndose bajo patrones específicos, simples, casi mecánicos; y haciendo uso solo de sus instintos más bajos (Lástima, uno de ellos no sería la reproducción... si al fin y al cabo estarían muertos).

¿No los seduce ni un poco la idea de vivir en un mundo "Postapocalíptico"? Sería algo parecido a lo predicho por Einstein, quien, tras los horrores que le provocó la bomba atómica, dijo que no sabía con que armas se pelaría la tercera guerra mundial, pero que estaba seguro que la cuarta se pelearía con piedras y palos. Un mundo futuro de leyes primitivas, de sociedades reptilianas en las que los más fuertes manden, en las que las capacidades de supervivencia e improvisación hagan de un hombre el más grato y valioso. Sería un mundo en el que cantaría con más aire en los pulmones "Maybe we will die tomorrow, Maybe we will die today!"

Yo me tomaría el mundo para hacerlo mi patio de juegos, viviría atrincherado con mis más verdaderos amigos, pasando día tras día como en el Ragnarök. Admito que me convertiría en una bestia que solo vería por quienes ama, que cazaría zombies por deporte en el día, y parrandearía con buen Rock y hermosas mujeres en la noche. Esto, si la mujer a la que le habría sido fiel murió por esas desgracias andantes. Tocaría fuerte, pesado, rockearía como si no hubiera un mañana. ¿Quien va a venir a decirme que le baje el volumen?

¿Que si habrían otros humanos? Seguramente, pero dudo que se someterían a las reglas de mis hermanos, quienes vivirían en su Valhalla personal, en su propio feudo... Seguro se convertiría de nuevo en una reyerta de la manera más medieval, guerras de pandillas, de pequeños ejércitos que luchan por territorio y recursos, que esclavizan a las mujeres del enemigo y exhiben sus cabezas en sus salones.

Sería un inquisidor, un templario, un vikingo, un pirata, un ladrón y un paladín. Sería un vago.

Al fin y al cabo, si quiero buscar un ejemplo, no tengo que alejarme mucho. Solo en esta ciudad ya hay suficientes, y no ha sido necesario ningún fin del mundo. Y es por eso que a veces deseo una hecatombe Zombie... porque no me gustan las medias tintas. Quiero un mundo arreglado, o uno destrozado.

Ya me imagino mi final. Refugiado en una casa deshecha, con ventanas y puertas tapiadas, y oleadas de cadáveres quejumbrosos golpeteando, olfateando desde afuera la carne, la sangre de mis heridas recientes... encerrado junto con una mujer, tal vez la única a la que decidí proteger... Adivino que me convertiría en un zombie, me haría canibal.

No fumo, no deseo hacerlo... pero creo que eventualmente encendería un cigarrillo y miraría por la ventana desde el piso más alto de la casa. Los zombies seguirían ahí, manoteando, gimiendo, hambreados e idiotizados.

"¿Siguen ahí?" Preguntaría ella, envuelta en las sábanas, tal vez robándome una bocanada de muerte con esa esperanza de que el cáncer llegue antes que sus insaciables bocas.

"Si..." Y es que no hay más que responder... Con ella a mi lado y un machete sobre mi hombro en el lado contrario, miraría hacia el cielo por los huecos del techo en ruinas, recordando los tiempos de paz y civilización... ¿Para qué extrañarlos?

"¿Y qué vamos a hacer?"

"..." Suavemente pasaría mis dedos por su cuello, la atraería y la besaría (literalmente) como si no hubiera un mañana.

"Seguir su ejemplo... a ver si esta vez nos dormimos y morimos de cansancio... y rezar que las tablas los resistan hasta que eso ocurra..."



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