miércoles, 26 de agosto de 2009

Tinta y ponzoña

El hombre abrió la puerta, como pedro por su casa, como si en medio del helado sótano las sogas no sostuvieran tensas los brazos que horas hace dejaron de luchar.

La mirada, cansada, perdida metros por debajo del concreto rugoso, ya ni ruegos entregaba entre parpadeo y parpadeo... estaba agotada, como un recurso extinto, como una vela apagada, ya sin humo siquiera, sentía el frío amañándose en su piel, como una delgada sábna, húmeda, constante, permeando la disminuida voluntad.

De nuevo... Papeles en mano, mientra con el contról hacía que la voz del Troll esbozara de nuevo las imágenes que parecían convertirse en su cotidianidad.

Las tijeras amenazaron con su sonido metálico de frío roce... y con toda paciencia picó de nuevo hojas enteras, repletas de las falacias que una vez escribió con completa seguridad, con absoluta decisión, con parca crueldad... Shiiiing... Y otro cuadrito de papel bailaba en el aire, burlón, disfrutando en su danza aérea de la sapiencia del destino, de la ironía, de la venganza poética de la que hablan las series de policía y criminalística...

La mano se hundía, la mano tomaba tanto papel como cabía entre los tensos dedos, el puño atizaba fuerte el vientre, la boca se abría en un quejido de dolor y abandono, la mano violaba la boca, los papeles se tragaban la saliva... La boca se tragaba sus palabras.

De eso se trataba todo... De cruda y poética venganza, de la ironía y la humillación, del amor sobreprotector y la ira ciega.

El papel bajaba pesado, cortante, venenoso hacia el fondo de la carne, hundiéndose en lo que el torturador consideraba un abismo. Un foso hediondo de ponzola y verbo...


"¿A que saben tus letras?" Preguntaba siempre antes de abandonar de nuevo el desganado costal de huesos que guardaba el sótano.

La puerta se cerraba... Y las palabras se encargaban de convertirse de nuevo en veneno.

Nada más agresivo y mortal que la tinta.

Nunca.

Siempre.

11 comentarios:

  1. Se estremecía al pensar en la tortura que se le imponía a aquel extraño por irse de la mano con su pluma, por creerse superior a un sentir tan profundo y hermoso, por pensar que podría derribar una bruja de la escoba en medio de la noche estrellada, por haberse hecho a la idea de destruir el lazo entre una lunática y un demente.

    De nuevo apoyó su cabeza sobre la almohada y suspiró. El sonido tranquilizador de las tijeras llegaba hasta allí.

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  11. Muy VaKno Tu blog ya lo estoy siguiendo pasate por el mio

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