viernes, 13 de febrero de 2009
Marioneta. Parte 3. Ayer.
Yo nací en una familia tranquila. Mi padre, un buen hombre dedicado a su familia. Mi madre, una mujer que parecía salida de aquellas propagandas de mi niñez, con delantal de cuadros y guantes sacando galletitas del horno y sirviéndolas recién hechas.
Mis padres se casaron jóvenes, cuando él fue ascendido a Gerente en la empresa de su padre. Una compañía farmacéutica reconocida a nivel nacional. Su sueldo fue más que suficiente para prometerle una vida perfecta a una joven que poco hace terminaba la secundaria. Ella había pasado por medio semestre en tres carreras, pero en ninguna encontraba satisfacción.
Llevaban ya dos años de noviazgo, con problemas y opositores, como cualquiera, pero tan llena de amor como podía estarlo, las dos familias encontraron la solución a sus quejas en cuestión de unos meses.
Los Quinzel (familia paterna) eran de un corte tradicional, de hombres exitosos y mujeres relegadas al hogar. Pero felices allí.
En cambio los Johnson eran una familia de menos fluidez económica, en la que hombres y mujeres trabajaban por igual. Los esfuerzos por enviar a Monica a la universidad fueron desbordantes, y ella parecía quedarse en un círculo vicioso al no encontrar su camino en ninguna de las carreras.
“Esta muchachita nunca va a salir de la universidad”... Le decían, y ella callaba. “Se graduarán primero sus sobrinos”... Susurraban en las reuniones familiares, y ella lloraba para si. “Ese noviecito le saldrá como el de la tía Emma” ... Y la pobre Monica corría a encerrarse en su habitación. Él no era como aquel ricachón, él no la utilizaría y la abandonaría con planes para una eternidad juntos... Él no sería capaz de dejarla como una cincuentona doliente.
Ciertamente, no. Mi padre, con su nombramiento, encontró su piedra angular para resolver su vida.
Un viernes por la tarde llegó a casa de “Mamá Johnson” sabiendo que todos se reunían sagradamente a merendar en casa de la abuela. Armado con un trago de Whiskey, una cajita de terciopelo y un ramo de rosas, se dirigió a la familia con más valentía de la que el recordaba tener.
“Señores Johnson.... Familia Johnson... Vengo a pedir respetuosamente la mano de Mónica...” Un incómodo silencio inundó la sala. Las galletas contuvieron su dulzón aroma, el te dejó de humear, y el reloj de péndulo se frotó los ojos con las manecillas, tratando de corroborar lo que veía.
“Vengo con una intención seria. Acabo de ser ascendido a Gerente en la empresa de mi padre, y quiero que Monica sea la madre de mis hijos. Ya he hablado con ella antes... Y... ella preferiría dedicarse a criar una familia. Pueden tener la seguridad de que a mi lado no le faltará nada.
Nunca vió tantas sonrisas juntas en esa familia. O tal vez si... cuando se apoyó en una de sus rodillas, sacó el anillo del bolsillo de su traje (Ah, me olvidaba... iba de traje formal mi padre... que tierno) y le pidió a mi madre con la cara iluminada de felicidad que se casara con él. ¿Adivinan que rostro se iluminó entonces?.
Un mes después fue la suntuosa ceremonia. Nunca hubo tanta paz ni aprecio entre las dos familias. Bebían juntos, charlaban, reían, lloraban... Como si se conocieran desde siempre. El acontecimiento los había convertido en una verdadera familia. Mi madre entró conducida por su padre, quien no pudo contener las lágrimas, mientras papá la esperaba con un cóctel de emociones pintado en sus jóvenes ojos. No pudo ser más perfecto.
Tuvieron una luna de miel que se alargó un mes... ¿Quien les iba a decir que no? Él era Gerente de una empresa a nivel nacional, y ella una feliz recién casada.
Mi madre nunca se graduó, pero obtuvo el título que más deseaba. Ser madre.
No me hice esperar mucho. Llevaban año y medio de felizmente casados cuando llegué yo. La niña mimada de la casa.
Mi padre deseaba un varón, y yo me encargué de cambiarle esa idea. Fui su cielo durante toda mi infancia, su única razón aparte de mi madre. Durante mis primeros años se fue evidenciando mi aguda inteligencia, mi perspicacia, mi hambre de conocimiento ¿Que más podía pedir él?
Que afortunado que no pidió más... porque no podría habérselo dado.
Fue alrededor de mis catorce años cuando la pesadilla comenzó. Lo primero fueron mis cambios de actitud... mis cambios emocionales. Al principio todo parece normal... Le saltó a un niño encima para besarlo y luego le golpeó la cara hasta que salió corriendo alrededor de los juegos... Son cosas hormonales. ¿Verdad mamá? ¿Verdad que las voces que escucho en mi cabeza son solo otro de los pormenores de la adolescencia?
El diagnóstico dijo lo contrario. Trastorno Bipolar y una leve esquizofrenia de tipo paranoide.
¡Suena tan lindo cuando lo pones junto!
Así fue que pasé de ser la princesa de papá... a ser la pesadilla de papá.
No tuve que pensarlo mucho... después de los exitosos tratamientos con las medicinas de la empresa de papá (Que paradójica situación, ¿que habrá pensado de eso mi padre?) todo volvió a la normalidad. Al menos volvía a la normalidad después de unos meses de tratamientos. Nada de palomas muertas, porque mi madre nunca me pedía que se las regalara. No volvería a robar las camisetas del equipo de football ni a mentirle mecánicamente a nadie. No habrían más vergonzosos cambios de escuela cada año... o cada tantos meses. No más paranoia, los niños no me observarían más como si quisieran atacarme (¿O si? Ríe internamente). Por fin los empleados de mi padre lograron un tratamiento exitoso para mi, cerca de mis 19 años. Podría dedicarme a estudiar en la universidad con tranquilidad.
¿Que deseas estudiar, cariño? Preguntó Mi padre ilusionado después de ocho meses de cordura.
“Psiquiatría”. Respondí sin vacilar. Nadie pasaría por lo que pasé yo de nuevo. No durante mi turno.
El teléfono de mi oficina sonó mientras yo me encontraba absorta en recuerdos y pensamientos. Un espécimen tan interesante era una oportunidad grandiosa. Era algo que sabía. Aunque sonara a frase barata, sabía que cambiaría mi vida. Nada me hacía pensar así sin ser importante. Y con todo eso no imaginaba cuanto cambiaría aquel payaso.
“Señorita Quinzel. Si tiene tiempo, pase por favor a mi oficina”. Exclamó la voz del director de personal desfigurada por la vocina. ¿Sería esto coincidencia con la entrada del preso?
Mmmm
Nunca he creído en las coincidencias.
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Que bien se sienten los viernes! jejejejeje
ResponderEliminarMe encantan todas la ilustraciones, habia olvidado decirtelo, son muy atractivas y complementan muy bien tu envolvente forma de narrar
Cuanto falta para que sea otra vez viernes???
Una larga semana sin Harleen?
ResponderEliminarBuena narración. Buen cambio. Espero el viernes.
ResponderEliminarGenial! Y esa primera imágen está buenísima...
ResponderEliminarAyy la estupidez humana -no lo digo por tí, ni por nadie que haya comentado u_u-...
ResponderEliminarTe odio -no es cierto u_u- y sabes porqué... ¬¬
en fin, tierna historia, pero como adepta a historias de guerra que me estoy haciendo espero acción...no diré más.No saques conclusiones, esto es bastante inconcluso...