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Las llantas del Dodge Challenger chirriaron contra el tenso asfalto, la negra línea estirada a través de Estados Unidos dejaba ver en lo oscuro de la noche el control fronterizo canadiense que interrumpía su camino a la libertad.
El auto rugía empujándose sobre el asfalto a 95 mph, cuando de repente se encendió en la oscuridad una sirena, luego otra, otra y otra hasta que la vía se veía bloqueada por una decena de autos de la policía.
Pero no tenían miedo. Estaban juntos, y sabían que ni la muerte podría separarlos.
Fred aceleró, y el plomo comenzó a llover.
* * *
Fred nació en Leavenworth, Kansas. Un pueblo cualquiera en la panera de EEUU. Fue el hermano menor de dos niños en un matrimonio de clase media-baja, vivía en una de esas zonas del pueblo que antes habían albergado a las familias pudientes, pero que ahora valoraban el suelo con precios por el piso. Vivió su infancia soñando no ver más campos de trigo en su vida.
Frederick, nombre que le puso su madre, nunca fue un estudiante brillante, pero durante su infancia fue un niño cálido y cariñoso.
Cuando él tenía 11 años su madre tuvo un extraño arranque de libertad y decidió viajar en busca de mundo.
Margaret se escabulló una noche de su cama, se dirigió a la habitación de sus hijos, y tras darles un beso en la frente a cada uno y dejarles una nota que decía que regresaría en unos meses, tomó la maleta que había escondido en el closet y salió de su casa en silencio con el dinero que venía ahorrando para comprarse un gimnasio en casa.
Caminó hasta la casa de una amiga, quien luego de que ser convencida llevó a Margaret hasta la terminal de buses. Subió al que estaba más próximo a salir, y nadie más supo otra vez de ella.
Esa misma noche Alice dormía tranquila en su cama. Hija única, despertó la mañana del domingo para su desayuno semanal de pancakes en casa.
Alice era una niña en extremo inteligente. Los profesores del jardín la describían como brillante y callada, y ya a los seis consideraban que sería brillante en lo que hiciera.
Fred nació en Leavenworth, Kansas. Un pueblo cualquiera en la panera de EEUU. Fue el hermano menor de dos niños en un matrimonio de clase media-baja, vivía en una de esas zonas del pueblo que antes habían albergado a las familias pudientes, pero que ahora valoraban el suelo con precios por el piso. Vivió su infancia soñando no ver más campos de trigo en su vida.
Frederick, nombre que le puso su madre, nunca fue un estudiante brillante, pero durante su infancia fue un niño cálido y cariñoso.
Cuando él tenía 11 años su madre tuvo un extraño arranque de libertad y decidió viajar en busca de mundo.
Margaret se escabulló una noche de su cama, se dirigió a la habitación de sus hijos, y tras darles un beso en la frente a cada uno y dejarles una nota que decía que regresaría en unos meses, tomó la maleta que había escondido en el closet y salió de su casa en silencio con el dinero que venía ahorrando para comprarse un gimnasio en casa.
Caminó hasta la casa de una amiga, quien luego de que ser convencida llevó a Margaret hasta la terminal de buses. Subió al que estaba más próximo a salir, y nadie más supo otra vez de ella.
Esa misma noche Alice dormía tranquila en su cama. Hija única, despertó la mañana del domingo para su desayuno semanal de pancakes en casa.
Alice era una niña en extremo inteligente. Los profesores del jardín la describían como brillante y callada, y ya a los seis consideraban que sería brillante en lo que hiciera.
Alice y Fred. Ya de 11 y 16, estudiaban la primaria y a la secundaria cada uno. Y mientras ella sacaba buenas calificaciones y no veía mucho de bueno en lo sociables y habladoras que eran el resto de sus compañeras, Fred recibía el abuso de los deportistas de su curso cada que cruzaba un pasillo.
Esperando afuera de la siguente clase, que el flaco y desarreglado Fred pasara frente a ellos era suficiente para que lo arrinconaran contra un muro y le dieran palmadas en la cara hasta que se hartaran.
- Cávate un hueco, perdedor - Le espetó el capitan del equipo de lucha, concluyendo su frase con un esputo que cayó en su nuca. Y con esta firma continuó su abuso hasta que los días de escuela terminaron.
En próximos años, mientras ese jóven se hacía capitán del equipo de lucha y del de football, Fred se enfocaba en clases de mecánica, y desarrolló un gran amor por los muscle cars. Pronto su sueño incluía ir en un Dodge Challenger o un Thunderbird por todos los estados sin mirar nunca atrás.
(No importa donde llevas la canción anterior, por favor párala y escúchame)
A los 13 Alice pisó por primera vez la secundaria. Asustada por lo que había oído de lo dificil que era vivirla, y sin haber cultivado amistades fuertes durante la primaria, sintió más que nunca la soledad. Esto la convirtió en una chica casera, y la apegó a su familia más de lo que ya lo estaba.
Alice y Fred se conocieron por casualidad un día que las mesas parecían estar todas ocupadas, y cuando él levantó su mirada y vió a la pobre niña rubia sosteniendo su pesada bandeja y sin donde sentarse, abrió espacio en la mesa y le asintió.
Frederick no era exactamente alguien cálido, pero era su manera de escudarse de la falta de cariño que sufrió por la ausencia de una figura materna. Mientras su padre trabajaba duro llevando bienes de un lado al otro del país para poner comida en la mesa, él quedó al cuidado de su hermano mayor; quien ante tales libertades en plena adolescencia aprovechaba para estar muy poco en su casa y mucho en cualquier otra parte.
Mientras por dentro moría por el cariño más puro e infantil, por fuera posaba una coraza de hostilidad, sarcasmo y risa.
Pero Alice pareció no verla. Por el contrario y pese a su diferencia de edad, comenzaron a pasar sus recreos juntos. Ninguno de los dos parecía recordar de qué hablaban, pero nunca se habían entendido tan bien con nadie.
Las burlas no tardaron en llegar, y mientras a Alice sus compañeras la hostigaban diciéndole que tenía pésimo gusto para los novios y que era muy mayor, a Fred lo golpeaban en el pasillo acusándolo de salir con una niña pequeña. Los dos aguantaban con resignación el maltrato, pero no dejaron de verse.
El año escolar estaba a menos de un mes de terminar, las vacaciones de verano se acercaban y Fred le contaba a Alice sobre como tomaría su bicicleta para ir a visitarla a diario, y sobre los hermosos lugares secretos que conocía regados por la campiña. Alice regresó sonriente a su casa, para encontrarse a su madre en el sillón llorando mientras su mano tensa no podía soltar un teléfono que había dejado de dar tono hacía ya rato.
Su padre había muerto en un accidente de tránsito. Su madre nunca le contó la historia completa, pero Alice supo que papá regresaba de Kansas City luego de haber hecho un buen negocio, y en su afán de ver a sus niñas condujo más de lo que debía, y soñar lo mató.
Las dos quedaron destrozadas por la noticia, pero Alice se sintió aún peor cuando su madre decidió que se mudaría a Canada por una oferta de trabajo. En menos de una semana ella había pasado de ser una niña felíz que esperaba pasar el verano jugando con pistolas de agua a una muchachita sombría que no parecía responder ni a su mejor amigo.
Primer día de vacaciones. Alice empacaba en el auto sus maletas para dirigirse al aeropuerto. Con un suspiro miró su reflejo en la ventana del baúl del auto, era la primera vez que se veía ojeras... Subió al asiento del copiloto y el auto arrancó. Varias cuadras después creyó verlo, con su pelo desordenado al aire, la camisa a cuadros sudada como nunca, y dando vueltas por su barrio buscándola. Nunca le dió la dirección exacta, ahora lo recordaba.
Alice se asentó en un bonito barrio de Montreal, su madre plantó un jardín que cuidaba para distraerse, y fue a una escuela mejor que la que había en Leavenworth. Pero nunca pareció volver a sonreír de la misma manera.
Los años pasaron. Fred no encontró reemplazo para quien lo escuchaba cada tarde, y los abusos de sus compañeros empeoraron mientras más cerca estaba de acabarse el último grado. Escupirle en el cuello al empujarlo lejos se volvió la firma de un claro mensaje.
Frederick ya optaba por no usar su locker para evitar encontrarlos en los pasillos, y reprimiendo su ira por miedo a desatarla, aguantó impotente hasta su graduación. Luego de concluida la sosa ceremonia Fred decidió caminar de vuelta a casa para ahogar sus pensamientos en la necesidad de controlar el poner un pié frente al otro, pero por la misma calle pasaron celebrando en un auto los ex-deportistas recien graduados, y decidiendo ponerle broche de oro ya que creían que nunca volverían a verlo, frenaron en seco unos metros adelante, bajaron del auto y corrieron a inmovilizarlo.
Ninguno pensó en qué hacer, por lo que todos parecieron estar instintivamente de acuerdo en golpearlo. Pero Fred no aguantó más, y luego de patearle la espinilla a uno y lograr soltarse, logró colarle un único puño al capitán justo en el ojo. Lo siguiente que sintió fue como si llovieran piedras, por horas. No fueron sino segundos, pero el dolor se quedaría con él largo tiempo.
* * *
(Seguro ya entendiste el método)
(Seguro ya entendiste el método)
Alice regresó distinta. Apenas había cumplido los 17 hace poco, y en su infantil soledad se había remoldeado para acomodarse al mejor prospecto de vida y felicidad que ofrecía su ambiente.
Ser una niña popular no fue difícil. Comprar la ropa correcta, ver los mismos programas de televisión, salir a los mismos lugares que ellas y al final no contradecir nada de lo que nadie dijera. El camino estaba trazado, ella solo debía seguirlo.
Así que cuando Alice volvió a Leavenworth, con su madre con luto elaborado y con una nueva forma de vivir, ni siquiera recordaba quién era Fred. Todavía le quedaba un año de secundaria, y estaba decidida a hacerlo el más felíz de todos.
En la ilusión lo fue. Vivía en una burbuja en la que creía que su mundo perfecto nunca iba a acabar, hasta que en una fiesta en casa de una de sus amigas, cuyos padres se tomaban un tiempo para reencontrarse, un trago de más y un hombre con menos fueron suficientemente agudos para reventar su burbuja.
Él era una de las estrellas del equipo de Basket, y sin duda pensaba que no había en el mundo nada mejor que él. Ella no sabía como la habitación se había vaciado, y por qué ella estaba aprisionada entre un sofá y un adolecente con hormonas desbordadas.
Ella le pidió que se bajara, él supuso que se hacía la difícil. Ella insistió, él tomó su carita en sus manos. Ella le dió un beso y él bajó su boca hasta el cuello. Ella trató de alejarlo, él solo pensaba en él. Ella manoteó, gimió y pataleó, él entró, bufó, terminó y se tendío.
...
Ella lloró en silencio mientras él contaba a sus amigos al siguiente día su útimo logro.
Fue entonces cuando ella se recordó a sí misma, y con ello recordó a su viejo amigo, su pelo desordenado, su bicicleta y su mirada triste bajo el ceño fruncido.
Ser una niña popular no fue difícil. Comprar la ropa correcta, ver los mismos programas de televisión, salir a los mismos lugares que ellas y al final no contradecir nada de lo que nadie dijera. El camino estaba trazado, ella solo debía seguirlo.
Así que cuando Alice volvió a Leavenworth, con su madre con luto elaborado y con una nueva forma de vivir, ni siquiera recordaba quién era Fred. Todavía le quedaba un año de secundaria, y estaba decidida a hacerlo el más felíz de todos.
En la ilusión lo fue. Vivía en una burbuja en la que creía que su mundo perfecto nunca iba a acabar, hasta que en una fiesta en casa de una de sus amigas, cuyos padres se tomaban un tiempo para reencontrarse, un trago de más y un hombre con menos fueron suficientemente agudos para reventar su burbuja.
Él era una de las estrellas del equipo de Basket, y sin duda pensaba que no había en el mundo nada mejor que él. Ella no sabía como la habitación se había vaciado, y por qué ella estaba aprisionada entre un sofá y un adolecente con hormonas desbordadas.
Ella le pidió que se bajara, él supuso que se hacía la difícil. Ella insistió, él tomó su carita en sus manos. Ella le dió un beso y él bajó su boca hasta el cuello. Ella trató de alejarlo, él solo pensaba en él. Ella manoteó, gimió y pataleó, él entró, bufó, terminó y se tendío.
...
Ella lloró en silencio mientras él contaba a sus amigos al siguiente día su útimo logro.
Fue entonces cuando ella se recordó a sí misma, y con ello recordó a su viejo amigo, su pelo desordenado, su bicicleta y su mirada triste bajo el ceño fruncido.
¿Pero cómo encontrarlo? Nunca supo donde vivía, y aún si lo supiera eso no aseguraba que todavía la recordara.
(Disfrútame)
Se acercaban los 18 de Alice. Una mañana mientras subía a su auto los víveres comprados en Aldi, un hosco motor ronroneó a su lado. Ella no sabía bien que auto era, pero tenía estilo. Apagado el auto se abrió la puerta del conductor. Las botas de trabajo negras hacían crujir las hojas bajo sus pasos. Una hoja voló en el viento y se alojó en un pliegue de la camisa roja a cuadros. Él la tomó del tallo, la "hojeó" por un momento y luego, cuando el viento volvió a soplar, la liberó.
- ¿... Fred?- murmuró Alice tímidamente. Frederick se volteó hacia ella en la inconsciencia del momento. Su pelo estaba más largo, su rostro más marcado por ojeras y un par de cicatrices, pero bajo el seño fruncido sus ojos seguían tristes y aniñados.
Alice soltó las bolsas que le quedaban en las manos y corrió a abrazarlo. Él la recibió con un abrazo y la levantó, dándole vueltas mientras su pelo suelto dibujaba espirales en el aire atrapando solo las hojas más hermosas.
Un mes transcurrió como si los relojes los hubieran echado a una copa de vino. Alice y Fred revivieron su infancia, soñaron sobre tiempos que ya se habían gastado, caminaron los caminos a los lugares secretos que ya ni existían, y a ojos cerrados la silenciosa Leavenworth pareció un cuento de hadas y gitanos escrito a dos manos.
Un día, en vez de hacer que el Dodge negro ronroneara frente a su casa, Fred cruzó el jardín y tocó la puerta.
Alice abrió la puerta descalsa, las botas de los jeans pisadas bajo los talones, y con un buso de capucha azul mal puesto sobre su camiseta blanca. De un tirón la sacó del porche y la llevó hasta el jardín. Ahí, recostada sobre la grama se encontraba la bicicleta que los habría llevado hace cinco años a donde fuera que lo soñaran.
Calle abajo rodaron los dos. Alice sentada sobre el manubrio y con sus piesecitos apenas alcanzando las barras en el eje de la rueda, reía a carcajadas mientras su pelo volaba enredándose con el de Fred. Él más que pedalear controlaba la velocidad frenando, pero poco a poco los dos se fueron soltando hasta liberar completamente los frenos. Como en los viejos tiempos, confiaban completamente el uno en el otro.
Metidos en la campiña del camino que llevaba a una de las tantas cárceles del pueblo que había albergado a Perry Smith y Dick Hickock, Alice descansaba su cabeza sobre el pecho de Fred. su memte perdida en el retumbar de sus latidos, su cuerpo tan relajado como la grama al viento, y su corazón que sin decírselo se iba acompasando al de Frederick.
Fred se sentó, levantándola tiernamente consigo, y perdido en un trance trató de quitarle tiernamente de su rostro las últimas sombras que dibujaba el sol del atardecer a través del follaje. Su corazón latía tan fuerte que ella podía escucharlo por encima del viento y los autos que pasaban lejanos. Les faltaba el aire, en una sensación de perpetua, calma, pero vertiginosa caída, los dos se dejaron llevar por la marea hacia sus labios. Las toscas manos se hicieron dulces. Las tiernas manos, temblorosas. Y en un beso todo hecho piel los dos se perdieron haciéndose uno en un nudo blanco de una sola hebra que en medio de la oscuridad parecía cerrarse uniéndolos.
Se amaron sin percatarse, sin remedio, sin razones, sin barreras. Y se amaron hasta que el celoso sol asomó para recordarles que existía un mundo más allá de ellos dos.
Alice soltó las bolsas que le quedaban en las manos y corrió a abrazarlo. Él la recibió con un abrazo y la levantó, dándole vueltas mientras su pelo suelto dibujaba espirales en el aire atrapando solo las hojas más hermosas.
Un mes transcurrió como si los relojes los hubieran echado a una copa de vino. Alice y Fred revivieron su infancia, soñaron sobre tiempos que ya se habían gastado, caminaron los caminos a los lugares secretos que ya ni existían, y a ojos cerrados la silenciosa Leavenworth pareció un cuento de hadas y gitanos escrito a dos manos.
Un día, en vez de hacer que el Dodge negro ronroneara frente a su casa, Fred cruzó el jardín y tocó la puerta.
Alice abrió la puerta descalsa, las botas de los jeans pisadas bajo los talones, y con un buso de capucha azul mal puesto sobre su camiseta blanca. De un tirón la sacó del porche y la llevó hasta el jardín. Ahí, recostada sobre la grama se encontraba la bicicleta que los habría llevado hace cinco años a donde fuera que lo soñaran.
Calle abajo rodaron los dos. Alice sentada sobre el manubrio y con sus piesecitos apenas alcanzando las barras en el eje de la rueda, reía a carcajadas mientras su pelo volaba enredándose con el de Fred. Él más que pedalear controlaba la velocidad frenando, pero poco a poco los dos se fueron soltando hasta liberar completamente los frenos. Como en los viejos tiempos, confiaban completamente el uno en el otro.
Metidos en la campiña del camino que llevaba a una de las tantas cárceles del pueblo que había albergado a Perry Smith y Dick Hickock, Alice descansaba su cabeza sobre el pecho de Fred. su memte perdida en el retumbar de sus latidos, su cuerpo tan relajado como la grama al viento, y su corazón que sin decírselo se iba acompasando al de Frederick.
Fred se sentó, levantándola tiernamente consigo, y perdido en un trance trató de quitarle tiernamente de su rostro las últimas sombras que dibujaba el sol del atardecer a través del follaje. Su corazón latía tan fuerte que ella podía escucharlo por encima del viento y los autos que pasaban lejanos. Les faltaba el aire, en una sensación de perpetua, calma, pero vertiginosa caída, los dos se dejaron llevar por la marea hacia sus labios. Las toscas manos se hicieron dulces. Las tiernas manos, temblorosas. Y en un beso todo hecho piel los dos se perdieron haciéndose uno en un nudo blanco de una sola hebra que en medio de la oscuridad parecía cerrarse uniéndolos.
Se amaron sin percatarse, sin remedio, sin razones, sin barreras. Y se amaron hasta que el celoso sol asomó para recordarles que existía un mundo más allá de ellos dos.
Al día siguiente, mientras su madre estaba en el trabajo, Fred tocó a la puerta. Alice no tenía ya las llaves de su puerta, pero hablaron casi 4 horas a través de la puerta, espalda contra espalda. Un papel que pasaba bajo la puerta, y por primera vez en tantos años tuvieron el mail del otro.
Hablaban cada noche, compartiendo cosas y masacrándose a preguntas hasta que alrededor de las 3:00 am Fred caía dormido de la nada.
Fred lograba distraer a Alice de sus tristezas con ternura y chistes tontos, pero una noche la depresión fue tan fuerte que él no pudo levantarla con nada.
La conversación se hizo tensionante. Él se frustraba, por no poder ayudarla, ella se sentía culpable por el dolor de los dos, y cada mal recuerdo le caía sobre el pecho aplastándola de a pocos, hasta que la presión fue tal que Alice explotó, y entre las muchas cosas que dijo le contó a Fred de aquel jugador de Basket.
(Escúchame)
Frederick no durmió. Su mente se mantuvo activa durante toda la noche pensando mil veces en lo poco que sabía que pasó... pero aunque lo que le dijo fuera apenas una aguja, lo hería como si una lanza le atravesara el vientre.
Frederick no durmió. Al siguiente día Alice lo llamó en la tarde para decirle que por fin podían verse, que su madre había levantado su castigo, y en menos de lo que terminaría su última frase Frederick ya tenía su Challenger en la puerta.
Alice subió al auto, saltó a abrazarlo y lo besó tiernamente, pero él apenas respondió tomando su carita en sus manos y besándo su frente, luego le pidió que se pusiera el cinturón y arrancó el auto.
No tuvo que conducir muy lejos. Fred detuvo el auto con calma, miró unos segundos hacia la casa, y sin decir una palabra bajó a la acera. A Alice le tomó unos momentos más darse cuenta que estaba frente a la casa de quien la había herido.
Trató por todos los medios de librarse del cinturón de seguridad, pero le era imposible quitárselo.
Fred tocó la puerta de la casa, y en cuanto el desventurado tuvo la mala suerte de hablar, lo tomó del cuello de la camisa, le estampó dos pesados puños en la cara y lo arrastró hasta el auto. Aunque la hermosa casa estaba llena de ventanas en la fachada blanca y pulida, nadie pareció asomar, siquiera percatarse de lo que pasaba; y medio noqueado como estaba, a Frederick no le fue difícil levantarlo con sus brazos de mecánico y apretujarlo en el baúl.
Alice estaba escandalizada dentro del auto, gritaba, manoteaba, bufaba y preguntaba mil cosas sin que ninguna tuviera sentido. Fred tuvo con mirarla a los ojos para calmarla, encendió la radio del Dodge y arrancó.
A los pocos minutos Alice no sabía ni en qué dirección de su casa estaba. Frederick conducía tan tranquilo como si fuera de paseo por el campo, y por primera vez Alice vió como sacaba de la guantera una cajetilla de cigarrillos nueva, la abría, se llevaba el cigarro a la boca y lo encendía en tres bocanadas.
Sosteniendo el cigarro como si se cubriera la boca con la mano completa, Fred dirigió el auto por un camino sin pavimentar por unos 20 minutos.
Tras apagar el motor, y darse unas últimas bocanadas, Fred lanzó lejos la colilla para luego abrir un stiletto y mover un par de cosas en la cerradura del cinturón de seguridad de Alice. La pobre palideció en cuanto vió la navaja abrirse, pero tras retirarse la cinta de encima de su pecho, abrió la puerta y se paró afuera del auto con los brazos cruzados y las manos sobre sus hombros... Tenía miedo, pero también mucha curiosidad.
Ahora dejando salir un poco de ira, Fred abrió de golpe la cajuela.
- ¡Hijo de P...! - Desesperado el prisionero trató de estamparle un puño en el rostro, pero Fred hizo espacio, lo agarró del brazo y lo haló fuera.
El golpe contra la tierra pronto le pareció poca cosa, pues en cuanto trató de levantarse, Fred lo tomó de los hombros, lo puso en pié, y sosteniéndolo firme con la izquierda conectó tres golpes en su rostro. La naríz le sangraba, veía borroso por un ojo, y sentía que el mundo le daba vueltas... Habría jurado que el cielo tenía un tono purpúreo.
- ¿Ésta es la basura que te hizo daño?
Sosteniendo el cigarro como si se cubriera la boca con la mano completa, Fred dirigió el auto por un camino sin pavimentar por unos 20 minutos.
Tras apagar el motor, y darse unas últimas bocanadas, Fred lanzó lejos la colilla para luego abrir un stiletto y mover un par de cosas en la cerradura del cinturón de seguridad de Alice. La pobre palideció en cuanto vió la navaja abrirse, pero tras retirarse la cinta de encima de su pecho, abrió la puerta y se paró afuera del auto con los brazos cruzados y las manos sobre sus hombros... Tenía miedo, pero también mucha curiosidad.
Ahora dejando salir un poco de ira, Fred abrió de golpe la cajuela.
- ¡Hijo de P...! - Desesperado el prisionero trató de estamparle un puño en el rostro, pero Fred hizo espacio, lo agarró del brazo y lo haló fuera.
El golpe contra la tierra pronto le pareció poca cosa, pues en cuanto trató de levantarse, Fred lo tomó de los hombros, lo puso en pié, y sosteniéndolo firme con la izquierda conectó tres golpes en su rostro. La naríz le sangraba, veía borroso por un ojo, y sentía que el mundo le daba vueltas... Habría jurado que el cielo tenía un tono purpúreo.
- ¿Ésta es la basura que te hizo daño?
Con la cara dañada como la tenía, miró a Alice tratando de ganarse su piedad. Alice no respondió.
- ¡Dime, mierda! ¿Es este el prepuberto borracho que te tocó?
Pero ella seguía en silencio. Fred lo llevó a sus rodillas y tomándolo del pelo dirigió su rostro hacia el de su amor.
- Alice... mi cielo... ¿Es él quien se propasó contigo aunque bien sabía que no querías? ¿Es él quien te violó?
Y con esas palabras, su mirada cambió. En vez de los brillantes ojos que adornaban su pecosa carita, el semblante se oscureció y la crueldad se transmitió a través de ella.
- Sí... Él fue... Él me hizo daño.
Las palabras fueron magia. Fred lo levantó de nuevo por los hombros, y tras un rodillaso que hizo traquear sus costillas, lo aventó por el aire.
- A...lice... Por favor... - Mascuyó el hombre en cuanto pudo tomar aire, pero Fred estaba pronto a su lado, y un segundo después, Alice colgada de su brazo miraba hacia abajo con una tímida sonrisa.
- ¿Qué quieres que haga con él, cariño?
En sus ojos, tendido sobre el pasto, el terror era visible incluso a través de la sangre. Pronto intentó decir algo, pero un puntapié al costado lo silenció en un aullido.
- Quiero... - Murmuró Alice, y pronto una risa macabra y amplia se pintó en su linda carita - Quiero que lo golpees hasta que no pueda moverse más.
Aunque subió sus manos tratando de detenerlo, Fred lo pisoteó como si fuera una inmensa cucaracha hasta que no pudo protegerse más con sus brazos, fué entonces cuando lo levantó de nuevo, lo golpeó al vientre como si fuera un saco de boxeo, le dió unos cuantos puños más en la cara, y lo terminó con un par de rodillazos más en los costados. Cayó simplemente desplomado. Frederick lo pateó entonces hasta que no pudo mantenerse más en posición fetal. Un débil llanto se oyó venir como debajo de la tierra, y Alice lo movió con el pié hasta tenderlo boca abajo.
Entonces el recuerdo se apoderó de ella... El no poder respirar con la cara hundida entre la cojinería, la piel sudorosa, el aliento etílico sobre su mejilla, las manos desesperadas... El recuerdo se acumuló de tal manera que un susurro pasó por sus oídos, y Alice escuchó.
- Fred... Dame la navaja.
Fred dió un paso al frente, escupió en la nuca de lo que quedaba de hombre, y le entregó el acero a su querida. Alice se sentó en su espalda, la abrió con calma, y preguntó a su oído.
- ¿Es cierto lo que le dijiste a tus amigotes? ¿Te pareció que gemí como una perra? ¿AH?
Él lloriqueó más fuerte, negando con la cabeza. Fue entonces cuando Alice le hundió el rostro contra la tierra, levantó la navaja, y la clavó hasta el mango haciendo que se le arqueara la espalda y le temblaran los pies al medio hombre.
Por un momento, Alice se sintió extraña... como si asimilara la sensación de hundir el acero en la carne, como recordando el agudo gemido, el movimiento de su víctima... el lloriqueo que se desvanecía. Y de un instante a otro sacó la hoja y repitió el movimiento frenéticamente. Su rostro era un dual rictus de ira y felicidad, y si la locura tuviera cara, sería esa su imagen.
Alice lo apuñaló, y apuñaló, y apuñaló hasta que el cuerpo estaba inerte, y a través de la camiseta del equipo y el buso de deportista se colaba la sangre que teñía el pasto. Mientras lo hacía recordaba como él tambien hundió su cara contra el sofá, presionando su cuerpecito, hundiendo una daga en sus entrañas sin escatimar fuerza, hambre ni crueldad...
No se detuvo hasta la navaja encajó en algo dentro del cadaver, y su meñique se resbaló hacia la hoja tajándole la carne.
Alice se levantó como en un trance... Fred corrió al verla sostener su manita, y con ternura envolvió su dedito y luego su mano con la pañoleta que guardaba en el bolsillo de la chaqueta. Los dos se miraron, y sin tener que decir nada, se lanzaron uno encima del otro en un beso que parecía comerles la piel.
Las prendas fueron cayendo camino al auto, y sobre el asiento inclinado del copiloto, los asesinos se amaron como caníbales.
(Por favor escúchame)
Al joven lo reportaron desaparecido la mañana siguiente, Lo distante y frío de su núcleo familiar hizo que ni padres ni hermana notaran su ausencia hasta que el sol de elevó y los planos zapatos de baloncesto no chirriaron escaleras abajo para devorarse un par de pop tarts con huevos revueltos; el menú con el que desayunaba desde muy pequeño.
Aunque legalmente se requirieran 48 horas de desaparecido, lo pequeño y tranquilo del pueblo puso casi a todo el pie de fuerza sobre esta búsqueda, pero 4 días despues el sitio perdido de Fred seguía custodiando el cadaver. Estaba pudriéndose ya, lo habian mordisqeado zorros y ratas, pero todavía ningún agente se ponía el sombrero sobre el pecho para rezar y darle un adiós en paz.
No hay mucho que decir de los días que siguieron. Ellos no notaron el cambio, pero a su alrededor para nadie era un secreto que ya no eran los mismos.
Alice llegaba tarde a su casa, a duras penas escuchando los reclamos de su madre. Se encerraba por horas en su cuarto, jugaba con la navaja, la pasaba por encima de su piel imaginando como se sentiría al romper la piel, recordando como se sintió cuando su carne lo abrazó, sus ojos se cerraron abriéndose al otro lado, y su aliento fue robado por la noche que cobra el amor con sangre.
Fred dedicaba poco tiempo ahora a la mecánica. Sus ahorros se fueron en flores, chocolates, gasolina, detalles simples y un par de armas de fuego. Su ausente hermano por primera vez le preguntó si estaba bien, a lo que Frederick respondió con la sonrisa más sincera que nunca había estado mejor, pero que tenía mucho qué hacer.
Frederick pasaba a recojerla cada tarde a las 3 en punto, Alice corría afuera de su casa azotando la puerta, subía al auto, lo besaba con una imborrable sonrisa y los dos dejaban que el vértigo del motor halándolos hacia adelante subiera el beso hasta las nubes.
En los siguientes días los dos perfeccionaron su manera de matar. La ira momentánea se transformó en odio al arquetipo del Jock, y Alice se convirtió en carnada. Entablaba conversación con ellos, les daba una cita en algún lugar, donde los hacía subir al auto y los conducía a algún lugar apartado. En cuanto llegaban les pedía que sacaran una canasta con comida que había en la cajuela, y lo que recibian era una pistola apuntándoles a la frente en cuanto la abrian.
Su manera de actuar se fue refinando poco a poco. Alice comenzó a cubrirles la cabeza con una bolsa de tela para evitar que hicieran ruido, pero Fred no permitía que les atara las manos ni que les dejara la bolsa por mucho rato. Le gustaba darle a aquel gran deportista la oportunidad de defenderse. Primero un buen golpe al vientre para que no pudieran gritar, y luego pasar a la simpleza destructiva de golpear por golpear hasta que dejaran de defenderse. " Cávate un hueco, perdedor..." escupirles la nuca, y dejar que la pequeña Alice se salpicara su ropa bonita con sangre aún tibia. ¿Como desencadenaba tanta ira en un amor tan agresivo e íntimo? A veces cuando alguien se convierte en tu mundo, te llenan las ansias de que nada más lo sea. Es apenas normal querer destruir todo lo que te amenaza. Es apenas justo aferrarte a la tabla que te mantiene a flote.
Los desaparecidos empezaron a armar un archivo en la comisaría de Leavenworth. 7 deportistas de secundarias y universidades no habían regresado a sus casas luego de un viernes o sábado de salir con sus amigos, y la policía todavía trabajaba en un perfil del asesino en serie con base en los tres cadáveres que habían recuperado.
Escribió el médico forense en su informe cuando recibió el tercer cadaver.
"Los occisos, todos deportistas pertenecientes a escuelas secundarias o universidades del estado, y entre los 17 y 23 años de edad, presentan múltiples heridas contundentes en rostro, brazos y torso, consistentes con una fuerte golpiza. Considero que el asesinato tomó dos etapas dado que presenta hematomas y equimosis en antebrazos y nudillos, lo que indica que tomó parte una pelea a mano limpia. Sin embargo todas las heridas de arma blanca se presentan en la espalda, y el patrón de sangrado es consistente con el hecho de que todas las víctimas fueron encontradas tendidas boca abajo.
En la nuca de cada uno de los jóvenes se encuentra saliva, remito muestras a análisis genético."
¿Y qué puede amenazar lo que se entrelaza? ¿Qué rompe lo que hila el destino y teje el amor? La tijera que corta lo que crean dos hechos uno, solamente el individuo deseando ser lo único en la mesa.
Una noche cálida, bochornosa, Frederick sentía que tenía en la garganta un nudo, una sensación volatil, ácida, desagradable. Como cuando se siente que se desea escupirse a si mismo, lanzarse por el aire y estrellarse contra el suelo.
Alice paseaba por los pasillos de Legends, contoneándose cual señuelo a una distancia prudente de la verdadera trampa. Fred iba al menos 15 metros detrás buscando a la próxima presa.
Era demasiado obvio, demasiado fácil. Como siempre. Los seis ojos se fijaron al centro imaginario de su deseable trasero, aminoraron su paso y se quedaron mirándola hasta que la distancia fue mucha. Fred apretó la navaja en su bolsillo como queriendo decirle que hoy comería bien.
Un mensaje de texto se coló en la pantalla del celular de Alice, y mientras Fred se iba al auto y se ponía cómodo en el asiento del conductor mientras esperaba su turno, Alice descomplicadamente dió media vuelta y se dirigió hacia ellos.
(Escúchame, melómano)
Frederick encendió la radio y sacó un cigarrillo. Estaba tan seguro de sus procedimientos que no siquiera sentía un poco de miedo de que saliera mal. Terminó su rubio y se hundió en el asiento a soñar despierto, parte recordando el terror de la guerra en Irak, parte pensando en su niña soñadora... parte soñando con su niña, parte recordando el aburrimiento que sufrían por meses en la caja de arena sin disparar una sola ronda. Qué ridículo le había parecido siempre que llamaran Veterano a alguien solamente por haber sobrevivido a una guerra.
Soñó con una casa perdida en el bosque, un caballo que cargaba leña y un largo camino a un hogar de aromas dulces y amables. Soñó con tres hijos que corrían a recibirlo y una dulce mujer a la que tomaba entre sus brazos y la cubría de besos queriendo nunca perder el camino a casa. Fred respiraba lento oliendo aires oníricos hasta que la puerta del copiloto se abrió y Alice se sentó cruzada de brazos, como si quisiera abandonarse.
- ¿Donde está? - Preguntó sobresaltado - ¿Por qué no me texteaste para esconderme en la cajuela?
- Yo... No podíamos matar a este...
- ¡¿Como no podíamos?! - Espetó contrariado, casi ofendido - ¡Él era uno de ellos!
- No... Este no... -Alice se tomó un momento para organizar sus ideas, luego continuó - Siempre vamos por el líder, y eso hice... y él se comportó como un auténtico patán hasta que lo atraje en solitario... En cuanto perdió de vista a sus amigotes me miró serio y me dijo que lo sentía, que tenía una reputación que mantener, pero que tenía novia y le era fiel. - "No pienses mal de mi... yo ya lo hago lo suficiente", recordó Ella.
- ¡Alice! Pero él era un patán... un perro, un niñito consentido... ¡Era otro para el matadero!
- No Freddie... Este era diferente... Y ya no se si debimos matarlos a todos... - Suspiró - Quiero detenerme. Quiero irme lejos... Quiero volver a Montreal.
- Entonces... ¿Me vas a dejar? ¡¿Me vas a dej-
- ¡No! ¡Nunca!... Deberíamos ir juntos.
- Alice, mi cielo. Todavía tenemos mucho que hacer aquí, hay mucho que limpiar para que nadie vuelva a sentir lo que sentimos nosotros
- ¿Y qué vamos a hacer? ¿Matar a cada jugador de Kansas? ¿De Estados Unidos? ¿O solo del centro? No mi amor... Ya hicimos suficiente. Escúchame...
Pero él no escuchó. Se sentía un paladín. Se sentía un cazador. Se sentía un héroe.
Se sentía un hombre.
Y desde ahí las cosas se fueron en picada.
"Las desapariciones y los tres cuerpos encontrados sugieren que el Sudes es un hombre con complexión física privilegiada y con conocimientos de combate. Dado el perfil militar de Leavenworth, uno de los pueblos cercanos a los escenarios donde se han encontrado los cuerpos, considero altamente probable que se trate de un veterano de guerra.
Su comportamiento indica un trauma relacionado con los deportistas, que lo lleva a intentar borrarlos del mundo con actos violentos. Considero que al enfrentarlos a mano limpia se prueba a si mismo contra aquello que antes lo rebajó, minimizando la humanidad de la víctima con la firma de escupir a su espalda cuando caen. El diseño de la hoja no permite saber con exactitud si quien apuñala es alguien fuerte, pero sospecho que una persona los lincha mientras otra los apuñala.
Si se trata de un solo sospechoso, tengo dudas sobre como consigue secuestrar a sus víctimas, pero dado que la mayoría fueron abducidas en parqueaderos de Malls locales en horas de la noche, es probable que sea un lobo solitario.
De ir acompañado considero que la segunda Sudes es una mujer. Los acompañantes de Harvey Rilke recuerdan vagamente a una jóven acercándose a su amigo. Adjunto descripción.
Éste perfil tendría completo sentido en la violencia con la que se desempeñan los crímenes dada la necesidad de complacerse el uno al otro enzarzándose en abusos que satisfagan a su pareja.
El asesino es definitivamente nativo. Nada sugiere que retenga a sus víctimas ni que se tome más de unas horas con ellas, y que hasta el momento solo se hayan encontrado tres cuerpos indica que conoce el área mejor que la policía local."
Pero los investigadores quedaron de repente congelados sobre la investigación. Pasó una semana, dos, y así se fueron acumulando hasta que contaron cinco meses sin una sola desaparición. Se llegó a creer que el asesino había muerto, lo habían reasignado al frente, o dada la teoría de una pareja se hablaba de una ruptura. Y tenían la razón.
(Escúchame)
El motor del Challenger rugía azotando las interestatales, Fred hundía el pedal tan hondo como deseaba hundirse el acero que llevaba entre el panatalón y la piel que hace meses no recibía una caricia. Se perdía por días vagando por todo Estados Unidos. Deteniéndose en moteluchos y durmiendo poco. Su sueño de recorrer el país libre ya no valía nada. Odiaba dormir, y había desarrollado el ademán de dispararse en la cabeza con la mano simulando una pistola cada que los recuerdos lo asediaban. Tenía en él un extraño efecto de calma.
Alice mientras tanto miraba por la ventana esperando ver el auto, aunque se sorprendía soñando más con que llegara de nuevo en su bicicleta. Ella lo sabía. Entendía que todo lo que él hizo fue un intento de complacerla, así mirándolo con calma no tuviera sentido; pero no podía evitar amarlo más como niño que como escudo.
Y cuando los dos estaban al borde de la violenta irracionalidad, y Fred estaba a punto de hacer más sobrio su ademán desesperanzado, las noticias de las 7 colaron por sus oídos
The jock killer strikes again (El asesino de jugadores ataca de nuevo)
El titular clavó sus ojos en la pantalla. Un nuevo cadaver golpeado, con huesos rotos, y la espalda llenita de puñaladas hasta dejar la chaqueta en girones.
Inmediatamente tomó su celular y llamó a Alice, ella contestó, pero en silencio.
- ...
- Cariño....
- ...
- Pumpkin...
- ... - Suspiro
- Alice...! Pequeña... ¿Tú mataste a Omar?
- Sí... lo recordé... recordé como él te hizo daño en la secundaria. Recordé cuando me contaste del escupitajo en la nuca... No te preocupes cielo. Lo hice por tí.
- Cielo... No te muevas. Ya voy por tí
- ¿Donde estás?
- En Iowa... pero no te preocupes. Aunque estuviera en Fallujah, volvería a casa. Volvería a tí.
Y fue lo mejor que Frederick pudo hacer. No durmió, no fumó, no se detuvo hasta frenar en seco
frente a la casa de su novia.
Alice salió corriendo con una maleta mediana con tan mala suerte que dejó sobre su cama su Laptop. Lo besó sin aliento, con el corazón apretado entre las costillas, lanzó su maleta a la cajuela llena de fantasmas, entró al auto, y se abandonó en un beso que sintió como si esa mañana hubieran tenido que quemar todos los diccionarios del mundo para redefinir la palabra "Beso".
Fred encendió el auto, corrió hasta su casa, empacó apenas lo necesario, vació sus ahorros, tomó su pistola y su escopeta, y los dos volaron sobre el asfalto hacia la interestatal 70.
Pero las cosas no serían fáciles. La madre de Alice denunció su desaparición antes de notar que faltaba una maleta, y la policía no tardó en encontrar en la Laptop. Un par de días después la policía logró acceder a las conversaciones de los dos enamorados. The jock killer sí era una pareja. y ahora sabían quienes eran.
Alice y Fred ya habían cruzado la Interestatal 70 completa hasta conectar con la 29, y desde ahí literalmente era solo ir hacia arriba. Ya habían cruzado Nebraska y ahora rodaban sobre Dakota del Sur. Se detenían solo por lo necesario, se turnaban para conducir, y más que hablar se miraban, se acariciaban... y si no fuera insólito pensarlo, hasta se podría decir que soñaban juntos viendo al fondo, en el horizonte, una pequeña casita en Montreal, hijos, y arrugas bien ganadas con sonrisas y comidas en familia.
Corrían, pero no escapaban. Corrían como corre quien sonríe. Hasta que escucharon en la radio con completa claridad su sentencia.
Sonaron sus nombres, describieron sus rostros, el modelo del auto, el color y hasta hablaron de su destino. Era lo único errado. Entonces los dos supieron que habían encontrado sus noches de conversación, y agradecieron al destino por haber hablado alguna vez de irse a vivir a Virginia, a una casita en la costa, en uno de esos pueblos conservadores donde todo es perfecto.
Fred hizo que Alice se detuviera, tomó el volante, y condujo cuidadosamente hasta que encontró lo que buscaba. Un auto parado en la carretera. Se bajó con tranquilidad, mostrándose como un buen ciudadano preocupado por un conductor en problemas, pero la respuesta de "no es nada amigo... solo libero el tanque" se vió cortada a medias por una bala al pulmón, y otra que le cerró los ojos justo sobre la oreja.
Fred tomó las placas, las cambió a su auto, luego tomó la camioneta, montó el cadaver, y condujo pastizales adentro hasta donde creyó prudente.
No volvieron a tomar rutas principales, Fred se las ingenió para cambiarle el color al auto, pero decidió no deshacerse de él. Algo muy tonto en su cabeza le decía que tomar un auto en la carretera lo haría más identificable. Pero era simple romanticismo y amor al auto en el que tanto había soñado despierto.
Ya había pasado una semana completa desde la mañana en la que escucharon la noticia. Se encontraban en Dakota del Norte, apenas a un par de horas de la frontera, y disfrutaban a las dos de la mañana tal vez del último desayuno americano que comerían en sus vidas. Los Hot cakes rebosaban jarabe, y el jugo de naranja recién exprimido les dibujaba desde la naríz el paisaje de un desayuno en la cama en un par de inviernos.
Fue Alice la que notó la chaqueta de cuero, el casco en la mano y las Ray Ban anchas sobre el bigote. Fred tenía la boca repleta de masa y jarabe cuando Ella le hizo bajar la cabeza de un golpe. Sin terminar el plato, sin pagar, sin decir lo más absoluto, los dos se escabulleron fuera y subieron al auto. El policía, alertado por la atenta camarera, los alcanzó rápidamente y golpeteó la ventana del auto. Fred la bajó maldiciendo su suerte, mientras Alice miraba hacia otro lado.
- Señor. ¿Sabe usted que salieron del comedor sin pagar? - Esa costumbre tan peliculesca de los policías de preguntar lo obvio
- Lo sentimos oficial - Escupió nervioso Fred mientras buscaba su billetera y le entregaba al oficial 50 dólares - Disculpe dárselos a usted pero vamos apurados. ¿Podría entregarlos usted?
El oficial comenzó un sermón cuando su mirada pasó un segundo por la billetera que se cerraba y leyó el nombre de su dueño. Mientras concluía su perorata su mente conectó rostro con nombre, nombre con caso y caso con muertos, y llevando su mano a la cintura desenfundó.
¡BANG!
Alice jaló el gatillo, la bala cruzó el cuello y el acelerador se hundió hasta meterse en el motor. Empleados y comenzales salieron corriendo a socorrer al policía, y con sus últimas palabras dijo lo que había visto.
De ese momento en adelante el velocímetro estuvo por encima del límite legal hasta en las curvas, y sabiendo que era más importante el tiempo que el espacio en ese momento, se dirigió de nuevo a la 29 y le sacó al auto tanta velocidad como pudo, rezando junto a Alice que el tiro lo hubiera matado antes de que tocara el suelo. Ella simplemente tenía su mano sobre la de él, no hablaban, compartían la angustia, el miedo, pero sobre todo la esperanza.
Las llantas del Dodge Challenger chirriaron contra el tenso asfalto, la negra línea estirada a través de Estados Unidos dejaba ver en lo oscuro de la noche el control fronterizo canadiense que interrumpía su camino a la libertad.
Alice puso su manita sobre el puño que agarraba fuerte la palanca de cambios, se miraron por un segundo, y en los ojos del otro encontraron la fuerza para sobrellevar lo que fuera.
El auto rugía empujándose sobre el asfalto a 95 mph, cuando de repente se encendió en la oscuridad una sirena, luego otra, otra y otra hasta que la vía se veía bloqueada por una decena de autos de la policía.
Pero no tenían miedo. Estaban juntos, y sabían que ni la muerte podría separarlos.
Fred aceleró, y el plomo comenzó a llover.
Alice puso su manita sobre el puño que agarraba fuerte la palanca de cambios, se miraron por un segundo, y en los ojos del otro encontraron la fuerza para sobrellevar lo que fuera.
El auto rugía empujándose sobre el asfalto a 95 mph, cuando de repente se encendió en la oscuridad una sirena, luego otra, otra y otra hasta que la vía se veía bloqueada por una decena de autos de la policía.
Pero no tenían miedo. Estaban juntos, y sabían que ni la muerte podría separarlos.
Fred aceleró, y el plomo comenzó a llover.
* * *
(Disfruta del final)
- ¡Despierta papá! - gruñía la niña de tres años sobre los pesados edredones de invierno estirando las mejillas de su padre. Aperezado, con los ojos casi unidos, Frederick despertó, y sin pensarlo tomó a su hija y cruelmente la atrapó entre sus brazos mientras le hacía cosquillas. La risa atrajo a su hijo mayor, y pronto la única que faltaba era Alice.
Papá quiso levantarse, pero su hijita no lo dejó explicándole con seriedad que mamá preparaba un desayuno de cama. Así que se quedó jugando con los rizos del cabello de su muñeca mientras su hijo de 5 recostaba la cabeza sobre su pecho y escuchaba su pesado corazón.
Pronto Mamá subió con una gran bandeja, y todos bien arropados comenzaron a comer mientras el fondo, sin mucho protagonismo, las noticias hablaban de las heladas.
- Freddie, mi amor... ¿Como te sientes?
- Dichoso... Felíz. Y asustado
- ¿Asustado? ¿De qué?
- De que todo esto sea un sueño...
Temo que mi felicidad sea un sueño
(Escúchame, yo inspiré este cuento)
When someday comes
We'll figure it out
But until that day
I'll be back on the run
And one by one
They're bringin' us together
All the bodies are gone
And we can run forever
Baby, baby, you can drive me crazy
But the flatfoots got us
And he's hot on our heels
So put the pedal to the metal
Your hands on the wheels
Forget about tomorrow
You know it's my heart you'll steal
Unless they're gaining
Gotta keep our eyes on the road
They'll never catch me
Hey now,
What about the world
Gonna make it alone
Don't you think it's funny
How the tables are turned
Hey now,
Bury me alive
And I'll make it back home
You know I'll always make it
I'll make it back home to you
Well I'm bitter to the bone
Now that you're all that I got
And we'll be going straight to hell
If we ever get caught
Man it ain't so bad
All that we've done
You know they all deserved it
And now we're out here alone
Baby, baby, you know I drive you crazy
But we can't stop now
We can't make it that way
You got your head in a spin
Your talk is all cheap
Stick this out
And you know it's my heart you'll keep
Unless they're gaining
Gotta keep our eyes on the road
They'll never catch me
Hey now,
What about the world
Gonna make it alone
Don't you think it's funny
How the tables are turned
Hey now,
Bury me alive
And I'll make it back home
You know I'll always make it
I'll make it back home to you
You know I'm all that you got babe
Ain't no sunshine pretty human darling
And you know without me you're lost babe
So c'mon
Come with me now
Hey now,
What about the world
Gonna make it alone
Don't you think it's funny
How the tables are turned
Hey now,
Bury me alive
And I'll make it back home
You know I'll always make it
I'll make it back home to you
Home to you
Me quito el sombrero, el cabello y la cabeza si se te antoja.
ResponderEliminarComo ese día que me lo leíste, aunque incompleto, también hoy lloré.
Todos tomamos unos caminos muy extraños y ahí es cuando el blanco se funde con el negro y comienza ese hermoso, caótico e infinito mundo en espiral, en escala de gris.
Si algún día tienes la oportunidad, estalla todo, que ya es muy difícil que lo haga yo. (Aunque quizás no sea cierto eso que te digo porque yo sólo necesito la soledad a manera de "trigger").
...Gracias... Creo que es lo apropiado. Pero lo digo, no porque hayás escrito el cuento, o bueno, sí, tal vez es por eso que se explica mejor, pero es porque puedo leer un poco de lo que hay dentro... De vos.
Increíble!
ResponderEliminarHe de decir, amigo mío, que tienes un increíble don para esto.
La piel se me puso de gallina cada vez mas conforme avanzaba el cuento!
Y ese final!!! No podría haber imaginado algo mejor.
Bravo!
Esta perfecto, muy interesante y con una final increible.
ResponderEliminarFelicitaciones¡¡¡¡¡!!!!!
Me encanta, ame cada momento, cada letra. Creas imagenes en mi cabeza que hacen desaparecer el mundo exterior, todo lo que busco en un escritor. Hermoso
ResponderEliminarMaravilloso, me enamoró, tal cual lo imaginé desde el principio, y ese final sí que me sorprendió, hermoso, me encantó, de verdad supiste como concluirlo Juan, valió la pena tanto tiempo dedicado, mis más sinceras felicitaciones.
ResponderEliminarComo ya te dije... nuestra mente invadida de peliculas de EEUU hace que neustra imaginacion asimile muy bien la historia... imaginandose completamente todo... desde el jugador de cabello corto y algo rubio bien parecido ... hasta el policia todo en tu imaginacion se acopla... el poner el final desde el principio para que se esperen la muerte antes de empezar y que quede la incognita al terminar hace que quede como un cuento magnifico felicidades
ResponderEliminarTodavía me sorprendo con lágrimas que caen al leer esta historia.Es como la cuarta vez que lo hago y no me canso, cada vez me parece diferente, cada vez descubro nuevos detalles y nuevos sentimientos, cada vez me duele más y al mismo tiempo me enamora. Admiro mucho la forma en la que escribes, puedo ser muy sensible, pero no cualquier cuento puede producirme lo que éste me produce.. Así que Felicitaciones..y Gracias por crear una historia así...
ResponderEliminarBien J. cariño
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